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Publicado por
 Ana Gaitero
León

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H oy me he acordado repentinamente de María Palos, la mujer que se aposentó en Hospital de Órbigo, debajo de su puente de ojazos medievales. María Palos aplicaba ungüentos y brebajes a las dolencias que ofrece el Camino. Es una leyenda pero podría ser un personaje real. Lo mismo que Marcela, la que imaginó Cervantes como ejemplo de mujer libre y empoderada en El Quijote, que se rebeló contra quienes la querían hacer responsable de la muerte de Grisóstomo que, como tantos hombres de hoy en día, son incapaces de asumir el ‘no’ de una mujer.

Lean el capítulo XIII de la magna obra de la literatura española. Este año, por un cambio inesperado, me tocó recitar el pasaje durante la lectura continuada de El Quijote que organiza la Asociación de Amigos y Amigas de la Unesco en León en la sala del Pendón de Baeza de San Isidoro. Una de esas coincidencias que te dejan perpleja y te producen una honda satisfacción.

La pastora Marcela es una genia a la que tildan de fiera y basilisco por declararse libre y disfrutar del cuidado de sus cabras y la conversación con las zagalas con las montañas como límite de sus deseos.

María Palos y Marcela se arremolinan en mi recuerdo en la canícula de otro verano sangriento. Son, oficialmente, 27 mujeres y 5 menores víctimas de asesinatos machistas en lo que va de año. El fin de semana más sangriento se celebraban los fastos de la Eurocopa, una fiesta de hombres compartida por muchas mujeres. Nadie se puso de luto. Ninguna autoridad fue a visitar a las familias dolientes. Se repitieron los minutos de silencio, al día siguiente, como un rezo inútil para parar esta barbarie cotidiana que no tiene otro motivo más que el odio a las mujeres, con más o menos temperatura. Es un odio transversal que atraviesa ideologías. Que haya partidos y jóvenes, sobre todo varones, que con su voto ayudan a que triunfen aquellos, sembrando la idea de que los avances de las mujeres oprimen a los hombres es una anomalía democrática. Pero lamentablemente el discurso misógino, que nunca se fue, está calando ayudado no solo por la ultraderecha sino por el mirar para otro lado ante «la codicia extrema» del negocio del porno, que penetra en la vida de nuestros niños (también en las niñas) sin control.

El pacto de Estado contra la violencia de género mengua porque hay partidos que están al margen, pero también porque hemos decidido obviar violencias tan extremas como es la prostitución por más que se empeñen progres de medio pelo en blanquearla como un acto de empoderamiento de las mujeres. Los niños necesitan otros referentes.

María Palos y Marcela son dos mujeres imaginarias que se rebelaron contra el mandato de ser para otros, pero me invocan a tantas mujeres reales... vivas y muertas.

Hasta cuándo vamos a consentir que menores de hasta 9 años vean como un juego la violación de mujeres en el porno?

El pacto de Estado contra la violencia de género mengua porque hay partidos al margen y por mirar para otro lado con la pornografía y la prostitución
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