Cerrar

Creado:

Actualizado:

No es imaginable que mañana la gente joven (o ya no tanto) vaya a disminuir la media de cinco horas diarias que pasa colgada del móvil, que es un cordón mucho más umbilical de lo que se piensa robando la principal atención del día. Ahí se mama, se mensajea, se masajea, se cotillea, se apuñala, se fisgonea, se juega, se enreda uno y así la soledad no lo parece... pero crece. Cinco horas. También manda hoy el reloj digital. pita mensajes y hasta larga parte clínico de pulso, tensión o cañería averiada. Todo eso -y casi todo de ti- lo sabe el dueño de la compañía que negocia tus dispositivos; y lo que no sepa ya se lo averigua su inteligencia artificial. Lo está haciendo Amazon en el Metro de Londres, cámaras que deducen el estado emocional de las personas, depresión, ansiedad, abulia, esas cosas. ¿Y para qué?... para poder personalizar sus mensajes, sus anuncios, su interesada comunicación... En fin, quieren conocer tus estados de ánimo para controlarlos y sacarte mejor los untos, el hígado, el albedrío o la papeleta, pues no cabe duda de que la máquina electoral de los partidos podrá engrasarse infinito con este invento.

¿Se dará cuenta la gente de cuánto esclaviza todo esto?, aunque no se olvide que también éste es un país que llegó a gritar cierta vez ¡viva las cadenas! Ser libre da pavor. Lo deja claro «El miedo a la libertad» que escribió Erich Fromm en 1941 para que hoy sea de obligada relectura. En las redes y en las masas se cobija el miedoso, el solitario o el ingenuo sin criterio, así que no es muy esperanzador un futuro en el que estaremos controlados y rendidos al tutelaje de una inteligencia superior, a la razón del poder y al poder de los que tengan menos escrúpulos o más intereses. Adiós libertad, adiós albedrío, adiós al derecho a equivocarse y aprender del error, un error que será erradicado porque habrá siempre una verdad superior mayoritariamente aceptada. La disidencia, entonces, será un delito social perseguible de oficio. Y el bien común no lo decidirá el común del pueblo, sino un algoritmo. Cuesta creerlo. Pero ya es de creer.