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Para ganar hay que creer, dice el sabio taoísta, y para creer, cómo no, ganar de vez en cuando, remata el filósofo confuciano. Si no crees, como nos pasó hace dos años en el maldito Mundial de Catar, no solo pierdes, haces el ridículo de manera estrepitosa. Las carcajadas tras la derrota contra Marruecos aún resuenan en las islas llenas de golfos del golfo Pérsico. La victoria de los jugadores españoles en la Eurocopa es una demostración fehaciente de creencia en el juego que practican y convicción en el país que representan. En esta Eurocopa, no obstante, se ha visto en los estadios lo que nadie al mando quiere ver. El sentimiento nacional sigue vivo y bien vivo entre la gente. Las naciones históricas sobreviven al malestar de la globalización y la disolución de la soberanía. Para bien y para mal, no lo niego. En un contexto donde la identidad europea es inexistente, el sentimiento de pertenencia nacional, con sus himnos y sus banderas, su carga cultural y lingüística, histórica y social, podría ser una necesidad individual y una salvaguarda colectiva. Y es lógico que los nacionalistas periféricos se enfurezcan con lo que está pasando en el fútbol. Tienen motivos para estar preocupados. España hoy es plural y diversa y ahí radica su fuerza y su grandeza, en el fútbol y fuera de él. Y eso es lo que duele de España a los que la odian. La España del fútbol es la España real y en ella se integran, sin diferencias, gentes de todas partes. La España de Nico Williams, Cucurella y Lamine Yamal, sin duda, pero también la de Carvajal, Rodri y Fabián, por más que les duela la tripa a los resentidos y acomplejados. Esa izquierda casposa a la que España le huele siempre a franquismo. Otra falacia facilona. El fútbol sostuvo el ánimo de este país muchas veces en el pasado, repartiendo felicidad efímera entre tanta miseria. Es un sentimiento de orgullo popular, arraigado en todas las clases sociales, más allá de regiones y provincias, ciudades y pueblos, y solo la ceguera ideológica impide comprender su trascendencia y valor en momentos de crisis. La España real es la del fútbol, a ver si ciertos políticos se enteran de una vez. La que se ilusiona y expresa a través del fútbol cada vez que tiene ocasión. Así que más respeto al fútbol y a lo que significa. No se metan más con los jugadores. No los ataquen porque no comulguen con sus imposturas. Esta es la lección de la selección. Con España no se juega. Con España se gana. Y quien tenga oídos que escuche Potra salvaje .