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CUERPO A TIERRA
Antonio Manilla

La paratelevisión pirata

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Los que consideramos lo más sólido de la parrilla televisiva el deporte como espectáculo, además de lo único más o menos sincero, hemos pasado del interés general al «pirateo», aunque sea el legal de los bares, en menos que canta un gallo. Al ver de pago no le niega uno erotismo, pero de toda la vida tiene mucho más morbo el secreto «voyeurismo», el contemplar sin ser contemplado, y esa es una cosa que no tienen en cuenta las plataformas que ofrecen toda la temporada de balompié o de fórmula uno por precios que compiten por ser módicos sin conseguirlo con la que está cayendo. Por cada palco que cierran quienes protegen los derechos legales del fútbol, se abren cuatro teatros en un paraíso visual: combinar la universalidad de la red con legislaciones nacionales nunca se pensó que fuera a resultar tan complicado: con que haya un país en un remoto rincón del planeta que no persiga a los «samaritanos» que comparten ilegalmente la señal que han comprado legalmente, ya está montado el tenderete.

Esos foros que ofrecen «gratuitamente» enlaces al visionado de espectáculos deportivos también hacen negocio. Se ha demostrado en los casos que han llegado a los juzgados. Al ilícito espectador que se ahorra unos euros a cambio de tragarse unos minutos publicitarios o un troyano en el ordenador no parece arredrarle el riesgo. La posibilidad del castigo se antoja menor cuando de aflojar la cartera hablamos, porque los piratas que se hacen millonarios no nos pasan el cargo a fin de mes, aunque una infección que no cubre la seguridad social seguramente sí. La imagen usada casi nunca viene esterilizada.

Por lo demás, hay bastante hipocresía o retórica empresarial cuando las compañías que te ofertan servicios cada vez más rápidos y fiables de cable son las mismas que pretenden venderte el fútbol: seiscientos megas de internet a ver para qué van a usarse si no es para, vpn mediante, obtener un fluido flujo de un balón corriendo sobre el césped o de una moto trazando curvas a trescientos por hora sin que se pixelen ni los radios de las ruedas. Esa carrera por aumentar la velocidad de los servicios internáuticos no tiene más sentido que facilitar la paratelevisión de tardes de cerveza y balompié sin cortes o madrugadas de béisbol que para qué, me digo yo, cuando pueden encontrarse mejores formas de disfrutar el tiempo hasta en la teletienda.