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Mientras escucho el «run run» del debate en el Congreso sobre la reforma de la ley de extranjería pienso en que buena parte de los dirigentes de la Unión Europea suelen mostrarse políticamente correctos a la hora de hablar de la inmigración para, a continuación, cerrar las fronteras de sus países a cal y canto e intentar que los migrantes no lleguen a traspasar sus fronteras. También nuestro gobierno es de los que se «pirran» por aparentar que son los más progres del mundo mundial.

Pero una cosa es predicar y otra dar trigo, sirva como ejemplo que nuestro Gobierno aún no ha tenido tiempo de aprobar ese proceso extraordinario de regularización de inmigrantes que podría alcanzar a más de medio millón.

Sí, ya sabemos que el Congreso de los Diputados ha dado luz verde a la iniciativa popular presentada por un colectivo de inmigrantes y apoyada por seiscientas mil firmas y 900 organizaciones de la sociedad civil, pero ¡qué cosas!, el Gobierno aún no la ha convertido en ley llevándola al BOE.

Hace un par de meses conocí a Agustín Marie Ndour, un activista senegalés que ha sido el «alma» de la puesta en marcha de esta iniciativa popular.

Me contaba Agustín su peripecia para llegar a España, el temor con el que viven «los sin papeles», el cómo sobrellevar esas miradas de quienes rechazan a los migrantes.

De manera que, en mi opinión, resulta desolador que PSOE, es decir el Gobierno y el PP, principal partido de la oposición, no hayan sido capaces de llegar a un acuerdo para modificar la ley de extranjería.

Una cuestión tan importante que afecta a miles de personas debería ser abordada desde el diálogo y el acuerdo. Por tanto, no cabe hacer política de vía estrecha cuando se trata del devenir de tantas personas. Y esto vale tanto para el PSOE como para el PP.

La ley de extranjería debería ser fruto del diálogo y del consenso y no una ley con la que hacer política de bajos vuelos.