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CORNADA DE LOBO GARCÍA TRAPIELLO

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Conmueve y me zarandea siempre la decisión de quien quiere despacharse de esta vida haciéndose dueño de su propia muerte para robársela al destino, a la enfermedad o a la mala suerte. Si nadie es dueño de la vida, ¿por qué no serlo de la muerte?... Viene esto al hilo de ese inglés que estuvo alojado en Riaño con su mujer y desapareció en Las Salas tras abandonar su coche y arrojar documentación y ropas a un contenedor, descubriéndose diez días después su cuerpo ahorcado en el campanario de la iglesia, que no parece lugar muy idóneo para tan tremenda decisión. ¿Buscaba quizá que al menos una campana doblara por él o que el Dios que habita los templos viera cómo se burlaba de sus designios adelantándose a las vísperas?... ¡en una iglesia!... qué raro, sobrando vigas y árboles en toda la contorna. Ese inglés estaba de viaje turístico y en él encarpetó su último viaje. ¿Qué cosa tan tremenda le movió a su decisión?, ¿y en qué torturas y culpas corrosivas no naufragará ahora la cabeza de su esposa?... En fin, a quien no le quepa aquí un perdón o un disculpar (el suicidio tiene muy mala prensa, abominable es siempre su adjetivo y al suicida se le negaba entierro en sagrado), exíjase como mínimo un respeto y no entrar en morbosas conjeturas y, aún menos, cagar sentencias con moralina. Aunque siempre habrá un suicidio que jamás debe alcanzar ni perdón, ni olvido, ni comprensión alguna: el del machista matachín. Ya lo decía Ramón Gómez de la Serna muchísimo antes de que esta realidad se convirtiera en la epidemia que hoy se nos instala: « Los que matan a una mujer y después se suicidan debían variar el sistema: suicidarse antes y matarla después ». ¿Quizá es así como procedió aquí ese inglés?... Pero concluyamos que en algunos suicidios cabe también la generosidad, el amor y hasta cierto lirismo. En la nota que la poetisa Alfonsina Storni dejó a su hijo decía « Suéñame, que me hace falta ». Y porque también en este trance cabe hasta la ironía y el humor fino, como el que bordaba Enrique Jardiel Poncela: « Suicidarse es subirse en marcha a un coche fúnebre ».

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