De amigos y favores
L eí recientemente una entrevista en que el escritor Manuel Vicent afirmaba, como titular, que “el tiempo nos modela y nos hiere a todos”. Poco habría de añadirse a tal constatación que refiere, como constante humana, cómo lo vivido nos ha emocionado o emociona, nos ha hecho gozar, también llorar, cómo no. El escenario de la inevitable comedia se convierte, sin embargo, y cada día más, en una representación de los personalismos más destilados, próximos a narcisismos excluyentes, a sabiendas de que la felicidad focalizada en uno mismo tiene poco recorrido. Solo lo propio parece tener entidad y predicamento. Las pequeñas aperturas nos hablan de que vivimos sometidos, cada día más, a determinados ecosistemas sociales cada vez más acotados o condicionados: gimnasios exclusivos, círculos de WatsApp, sociedades variopintas, como, tirando del humor necesario y vital, pudieran ser la de los Amigos de las Libélulas, la Cofradía de las Boinas Capadas o la Asociación de Capas con Cintas Amarillas. Las restricciones conducen a las heridas del olvido que difícilmente cicatrizan.
Ahí están entonces los amigos, la manera mutua de entendimiento, nunca la instrumentalización, la raíz de una riqueza no cuantificable. La generosidad que, sobre todo, abre los caminos a la comprensión, el remanso y la fertilidad del consejo. Quien esté leyendo esta columna podrá enriquecer la visión desde su propia experiencia, poderosa, sin duda, en detalles y planteamientos. Pero merece la pena subrayar la idea de favor, que en la amistad nunca se considera tal, porque la amistad todo lo cubre y todo lo disculpa. Oí con frecuencia que un favor tiene más posibilidades de éxito cuando se pide a los que están más ocupados. A los que no tienen nada que hacer siempre les falta tiempo para todo. Las peticiones están cargadas de disculpas en serie. Por muy ocupado que esté el amigo, siempre te pondrá en la senda de la solución. Ni siquiera aquí tiene valor aquello de “favor con favor se paga”. Hay actitudes y comportamientos en la vida que jamás tienen precio. En ningún sentido. La amistad es uno de ellos. En esta tendencia a la soledad infinita de las piedras como seres humanos, la amistad sigue siendo una de las grandes fortalezas.