De una boca cualquiera
En este año 2024, centenario de la muerte de Franz Kafka, hay que saludar como un feliz acontecimiento la iniciativa de la editorial Arpa de promover una nueva traducción de la novela capital del autor de Praga, El proceso , donde no sólo esboza un cuadro demoledor de la desviación de sus fines de los aparatos burocráticos, y más en particular de los sistemas judiciales, sino que traza una alegoría sobre el desvalimiento del individuo que se proyecta sobre la existencia humana en toda su amplitud.
La traducción viene avalada por una firma de fuste, la de Luis Fernando Moreno Claros, quien parte de la edición alemana de Fischer de 1990 y de los manuscritos, con lo que subsana los ‘arreglos’ del amigo y albacea de Kafka, Max Brod, y entrega al lector en español la más fiel y completa versión de que puede disponerse de una novela que quedó inacabada y en estado fragmentario. El traductor pone al día el texto en nuestra lengua con soluciones que sólo en algún caso resultan discutibles, como apostar por ‘dilación’ para verter el alemán ‘verschleppung’, el pobre remedio que con desprecio de su inocencia se le ofrece al procesado Josef K., y cuyo matiz intencional se desdibuja en un vocablo que suele aludir entre nosotros a una demora fruto del curso natural de las cosas —de ahí que las leyes prohíban sólo las que se consideran «indebidas»—. Por lo demás, su prosa es pulcra y restituye al Kafka original, incluso sus descuidos.
Releer El proceso en estos días enrarecidos del siglo XXI, más de un siglo después de su concepción, permite entender por qué su autor ha alcanzado un lugar de excepción en la historia de la literatura. Siempre ha sido posible que la maquinaria del poder avasalle a un individuo, pero en esta era de democracias gastadas y autoritarismos rampantes, en la que la realidad se vuelve fluida y manipulable a conveniencia de quien manda o paga, ese riesgo se incrementa de forma exponencial. Y una vez que se pone en marcha el mecanismo, nos dice Kafka, su inercia siniestra, alimentada por la indiferencia y la desidia de no pocos de sus servidores, hace difícil detenerlo antes de que el daño sea irreparable. A los tribunales de justicia, con su endémica falta de medios y bajo pertinaz sospecha de parcialidad, se suman hoy la ciberburocracia y el desquiciado tribunal popular de las redes sociales. «La sentencia» —escribe Kafka— «llega de una boca cualquiera y en cualquier momento». Su lucidez amarga alumbra el presente con esa exactitud que sólo alcanzan los clásicos.