La España federal
Por fin apareció la palabra mágica: federalización. Ni Hacienda catalana, ni financiación singular, ni privilegio en impuestos, ni nada de lo que, maliciosamente, estábamos sospechando. Lo que quiere Pedro I, El Mentiroso, es federalizar España. Empieza con Cataluña, eso sí —casualmente para sentar en el sillón de la Generalitat a Salvador Illa— pero pronto llegará a Murcia, a la Rioja, que tendrán las mismas competencias que Cataluña. En Murcia, por ejemplo, no tardarán en exigir que los médicos dominen el panocho para hablar con los pacientes, de la misma manera que Francina Armengol ordenó que hablarán catalán en Baleares. La Rioja, por fin, podrá abrir embajadas en Tokio o en Australia, como Cataluña, y se crearán la Hacienda de Rioja, o la Hacienda de Cantabria, que tendrán la llave de la caja, y, contra lo que pensábamos, España no se romperá, sino que se convertirá en la UAE: Unión de Autonomías de España. A no ser, claro, que sea una mentira más de Pedro I, el Mentiroso, y de la misma manera que nos aseguró que jamás habría indulto, ni amnistía, y luego hizo lo contrario, ahora nos vuelva a engañar.
Si eso ocurre, mi solidaridad con los diputados del PSOE en el Congreso, porque me imagino a un diputado socialista aragonés saliendo a tomar una cerveza por Zaragoza o por Teruel, después de haber votado la discriminación financiera, que convierte a los aragoneses en ciudadanos de segunda división, y me imagino la rechufla de los paisanos, y eso de «que mierda llevas, Calatayud, si la has cogido pa tú, pa tú».
¡Ah! Y atención al PNV. Los avances progresistas de Pedro I, El Mentiroso, han conseguido que, en gran parte de España, se plantee la impertinencia de los privilegios financieros de País Vasco y Navarra. Su apoyo a la investidura de quien se convertiría, por méritos propios, en Pedro I, El Mentiroso, les ha llevado a que se rescate la olvidada discusión de un privilegio, que estaba generalmente admitido. De momento, les salva el socialismo vasco, pero lo que hasta ahora había sido una solución, incluso constitucional, se ha transformado en un problema. Son lo que tienen las amistades peligrosas, y ya se sabe que el que se acuesta con un mentiroso, engañado se levanta, o con problemas de humedad.