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En tanto los nuestros se asfixian y se derriten por el calor inhumano, otros cuerpos, en París, parecen ser ajenos a cualquier temperatura, pero es que no se trata de cuerpos exactamente, sino de esculturas más o menos bellas, más o menos deformes, cinceladas por el afán incomprensible de ganar trofeos y medallas, o, como dicen los poseedores de esos cuerpos, por un afán, también incomprensible planteado en esos términos, «de superación».

Todos esos cuerpos de París, en efecto, se han superado a sí mismos, algunos con resultados deslumbrantes por ser natural el deporte al que se dedican, correr, saltar, y otros con resultados más discutibles, como el de esos gimnastas de miembros desproporcionados. Ahora bien; uno de los deportes olímpicos no sé cómo de olímpico será, pero uno no ve que sea un deporte, a menos que tundir a golpes al adversario buscando su derrumbamiento lo sea: el boxeo.

El boxeo, ese molerse a puñetazos sin piedad, con algunas reglas pero sin piedad, será olímpico, pero cuesta mucho considerarlo un deporte, y como a uno le cuesta tanto, no le extraña, aunque lo deplora, lo que está sucediendo con una de sus practicantes, la argelina Imane Khelif, que se está llevando todos los golpes, aun los más bajos y rastreros, fuera del ring. Pese a ser una mujer con sus cromosomas XX correspondientes, el fascio y quienes le compran su cruzada transfóbica se han inventado que es un tío, un trans, razón por la cual merece el escarnio público. La estupidez, machihembrada con la intolerancia, da resultados de éste tipo. Imane padece un trastorno endocrino que le dispara la testosterona, y si ello le supone una ventaja antideportiva sobre sus rivales sin hiperandrogenismo, se estudia, se mira, se decide en aras de la recta y equilibrada competición, pero no se ultraja y se machaca a esa joven argelina.

Todos esos cuerpos semificticios de París se han superado a sí mismos, pero hay gente que, ante el de Imane Khelif, se ve que no ha superado, ni lleva trazas de hacerlo, su estulticia.