España pierde
Era un espejismo, ya lo sabía yo, otro trampantojo. España no gana, no, España pierde, como siempre. No hablo del deporte olímpico, esa meta sublime, sino de la política pedestre, el horror nuestro de cada día. En el mismo mes en que ganamos un campeonato de fútbol importante en mucho tiempo y nos hacemos ilusiones sobre el futuro, con perversa puntualidad, el intocable de la Moncloa concierta con los separatistas republicanos un acuerdo de independencia económica y cultural. La ley nacional se cumple con literalidad fúnebre. Cada vez que este país levanta la cabeza con cierto orgullo, al mismo tiempo, se parte una pierna, o las dos, o se daña la rodilla o la cadera, o se fractura un brazo, o los dos. Es infalible. Revisen el retrovisor de la memoria y lo comprobarán con asombro democrático. La España invertebrada de toda la vida es ahora una España acéfala. Nos guste o no, el país está en manos de lo que los psicólogos más avanzados denominan un zombi filosófico, es decir, un ser que actúa con plena conciencia, de cara al exterior, mientras carece por completo de vida interior. Es un tipo de zombi peculiar, un cadáver político que solo huele mal a distancia. Un muerto muy vivo, es cierto, un muerto que se revuelve y ataca a los adversarios. Este tipo de muerto se agarra a la vida con todo lo que tiene, garras y puños, uñas y colmillos, y se lleva con él al otro mundo, que es otra versión de este, a todo el que se le enfrenta. Cuánto tardará el muerto en morirse de verdad es la pregunta metafísica que los jueces y los fiscales, los rivales electorales y los socios de la coalición nunca saben responder a tiempo. El cadáver político tarda demasiado en revelar su auténtica condición y más todavía en desaparecer del escenario. Es indudable que padecemos a un presidente que se preocupa más por la existencia del Estado palestino, o por la pervivencia de la dictadura bolivariana en Venezuela, que por la supervivencia del Estado español. Desconectar a Cataluña de España es una de las jugadas más sucias que pueda realizar un supuesto gobernante de izquierdas. Me pregunto qué pensarán de esto sus votantes de los territorios afectados por esta política miserable y mezquina. ¿Tragarán de nuevo, o cabe esperar algún gesto de sacrificio heroico, una respuesta ética a la ignominia y la indignidad? Se acabó la comedia de salón, amigas y amigos del PSOE. Es hora de retratarse y tomar partido, sí, contra el partido.