Literatura vial
Circular por las principales vías del país o por las autopistas del Estado se ha convertido en una tortura para los que acostumbramos a leer hasta los prospectos de los medicamentos o las dedicatorias de los libros. No sé si se habrá fijado, pero de un tiempo a esta parte ha crecido como setas la señalética y no hay doscientos metros de carretera libres de texto, símbolos, advertencias, rótulos e indicadores de lo más variado. Si no recuerdo mal, se prohibieron las vallas publicitarias a orillas del asfalto para evitar distracciones al volante. Y las multas por echar una ojeada al móvil son de aúpa. Así que no se entiende de ninguna manera esa campaña de fomento de la lectura encubierta de la Dirección General de Tráfico, los departamentos de cultura de las autonomías o las bibliotecas locales, según a quién corresponda esta en otras circunstancias loable iniciativa emprendida en los tramos de señalización fija o circunstancial de nuestras carreteras. Toda una campaña de fomento de la lectura en tránsito, oculta bajo unas ínfulas informativas que para los temas de actualidad en los telediarios las quisiera uno.
Si usted, como yo, es de los que o lee o conduce, está perdido. Literalmente. Ese desvío que busca lo anuncian tantas veces que es fácil que uno se canse de leer antes de llegar a él o que decida pasar a la acción, como cualquier hombre de acción, a las primeras de cambio, es decir, seis u ocho kilómetros —iba a poner páginas, pero en realidad serían capítulos— antes de la salida correcta. Es posible que tanta literatura vial haga más ameno el viaje, pero también lo hace más dilatado. Y no sólo por las pérdidas de tiempo y los extravíos, que siempre cabe recurrir a la obediencia debida a la voz dulcemente marital de alguna aplicación interactiva vía móvil, sino porque la fatiga visual de tanta indicación preventiva e inútil termina por cansar hasta al más voraz de los lectores, que deja de leer y comienza a ver pasar ante sí formas y colores como notas a pie de página. A dejar atrás carteles sin sentido que podrían haberle cambiado la existencia. A imaginar esa multitud de posibles vidas perdidas por su atenta inatención. Pocas cosas existen más peligrosas que un tipo al volante que se siente culpable, aunque sea de algo impreciso, y sobre todo distraído, enredado en sus propias ficciones.