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LEÓN EN VERSO
Luis Urdiales

Hace mucho tiempo que se acabó

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No queda nada de aquel verano del 84, la primera vez de una generación que trasnochó ante la tele para celebrar un éxito colectivo de talento, luego levadura de una canción que tarareamos cada vez que el poso de la taza del café nos recomienda la nostalgia para apechugar los recuerdos. La España que aplastó a Yugoslavia, por veinte puntos arriba, envolvió tantos sueños que aún hoy arranca emociones entre cincuentones cada vez que un deportista con la zamarra roja se sube al podio y mira al cielo del reconocimiento social, mientras el mundo entero se rinde a la gesta. No quedan ni cenizas del verano del 84 que liquidó la infancia del osito moscovita Misha, cuando Abascal llevó a California la zancada de un chaval espigado que entrenó el tesón entre vacas y yeguas en las faldas de los Picos de Europa. Creo que leí esa historia en las páginas de Diario 16, grandes periodistas si hubieran tenido un gran periódico, cuando el papel era un plasma que atraía la atención y convocaba pasarelas de la fama. Eso es lo transversal del deporte, que a los diez y pico años, en las teles de tubo y sin doctrina de regalo y en revistas que se colaban en clase entre las tapas del libro de matemáticas, había tanto carrete para entretener a la masa como en las sesiones inagotables de directos de presentadores emparejados que aprovechan para colarte la temática del régimen por la smart tv entre marcas y récords. Desde aquellos juegos olímpicos en los que entrenamos por primera vez para colgarnos las medallas de otros, el mundo sólo ha ido a peor; perdimos la inocencia de los 80, las calles de doble sentido de circulación, la mirada sin prejuicios, los viajes en tren con ventanilla, la quinta velocidad, los baños en el río, el abrelatas, la ley de la ventaja y la presunción de inocencia. En Los Ángeles, un grupo de españoles universales nos mostraron por primera vez cuántas cosas podíamos alcanzar y cómo conseguirlas. Luego, por lo que sea, no pasamos de las medallas, que también son de los otros. Aunque se jodió el método. El que empleó Abascal para codearse con dioses del Olimpo británico después de bajar de Picos; el que compartió Díaz Miguel mientras regalaba clases de estilo cada vez que se colocaba las gafas.