No creo en el pacto
Dentro de todas las limitaciones que se imponen en el caso, debo declarar que prefiero a Illa como president de la Generalitat que a cualquiera de sus predecesores, Tarradellas excluido. Y me declaro, en lo que cabe, ‘vigilantemente satisfecho’ con lo ocurrido en la agitada investidura del ex ministro de Sanidad al menos por cuatro razones. A saber:
Primero, porque la victoria de Illa supone una quiebra para el independentismo. Para nada comulgo con quienes piensan que el nuevo president de la Generalitat es una especie de pseudo independentista que estará siempre sujeto a las garras de Esquerra Republicana de Catalunya. No lo creo, entre otras cosas porque a ERC no le quedan ya garras, casi ni siquiera uñas.
Segundo, porque el pacto nefando entre PSC y ERC para investir a Illa nunca podría llevarse a la práctica, porque rezuma inconstitucionalidad e inequidad por todas partes. Y esto lo saben tanto en el PSOE y en el PSC y en el Gobierno central, como en ERC y en el Govern decaído.
Tercero: porque Puigdemont ha pasado a la condición de payaso de circo. Y los payasos pueden hacer reír o llorar, pero nunca vuelven a la política.
Cuarto, porque creo tener pruebas razonables de que la charlotada de Puigdemont para nada fue, contra lo que aún dicen algunos comentaristas especialmente ‘suspicaces’, fruto de un pacto secreto entre el inquilino de La Moncloa y el fuguista expresident de la Generalitat.
Sé perfectamente que no es Pedro Sánchez un celoso vigilante de la plena legalidad —e incluso constitucionalidad— de sus acciones, pero ¿para qué meterse en el lío de complotar con Puigdemont su ridícula entrada/salida que tanto ha desprestigiado a tantas instituciones? ¿Para garantizarse el voto de los famosos siete escaños de Junts en el Congreso, que le dan la mayoría suficiente para seguir gobernando? Eso hace tiempo que lo tiene perdido, y Puigdemont, que ni siquiera ha conseguido la amnistía que le fue prometida, se ha convertido ahora en el peor enemigo de Sánchez: sospecho que hará lo que esté en su mano para tumbarlo en la lona.
Sé perfectamente que quedan muchos flecos, que la labor de Illa va a ser muy complicada, comenzando por la de despegarse del incómodo aliento en la nuca que le llegue de La Moncloa. Creo que el nuevo president de la Generalitat, que obviamente tiene sus luces y sus sombras, ha meditado mucho sobre aquella máxima de Ortega y Gasset, según el cual, al ser imposible una solución definitiva para el ‘problema catalán, hay que procurar una ‘conllevanza’ lo más cordial y duradera posible. Yo, al menos, con todos los recelos y alarmas que la ‘hazaña’ de Houdini me suscita, quiero, al menos aferrarme a esta esperanza, sabiendo, como sé, que Cataluña es sin duda la Comunidad clave para la estabilidad del resto de España. No podemos volver a equivocarnos, ahora ya sí que no.