Tocata y fuga
La tocata y fuga de Carles Puigdemont, último icono de la fallida república catalana, con un regreso interruptus, escenifica el declive irremediable del llamado ‘procés’ hacia la independencia. El espectáculo melodramático, sombrío, de la llegada del expresident a las puertas del Parlament para denunciar la represión y la dictadura de las togas y, acto seguido, desaparecer, fue el penúltimo baile de un dirigente que ha visto, después de siete años huido, que el pueblo ya no le sigue, los socios están enfrentados y el presidente Sánchez está abierto a negociar lo que se tercie para mantenerse en la Moncloa. Pese a la parafernalia organizada en el Parlament para denunciar «la persecución» del expresident y la aparente solidaridad del mundo independentista, Carles Puigdemont ya es un juguete roto y está amortizado por sus propios correligionarios.
Para la nueva etapa que se abre con la investidura de Illa, a cambio de las concesiones desorbitadas a ERC, se necesitan otros interlocutores. Ahora se trata de administrar las formas y los tiempos para mantener, durante el mayor tiempo posible, la capacidad de chantaje político tanto a la Moncloa como a Salvador Illa. En palabras de Alejandro Fernández, portavoz del PP, el ‘procés’ va a ser sustituido por el «procesismo». Una suerte de fontanería legal que haga posible, como ya ha empezado a configurarse en el pacto de investidura, una independencia económico-fiscal, primero; jurídico legal, después y, finalmente, una consulta para refrendar una especie de secesión sin fronteras.
Si no puedes sacar a Cataluña del Estado, saca el Estado de Cataluña, parece ser la consigna.
Para este segundo escenario, o ‘procés’ bis, los independentistas necesitan a Sánchez en Moncloa y a Illa manejado como un president de paja en la Generalitat. Hay que tensar la cuerda, pero sin romperla. De hecho la mascarada de la segunda fuga de Puigdemont solo buscaba provocar una minicrisis institucional y escenificar el victimismo de un político perseguido por la justicia española. Poca épica y mucha magia, a cargo del Houdini de pacotilla que desapareció después del mitin exprés. Lo que sí que consiguió es proyectar en la opinión pública una sensación de inseguridad, desasosiego, duda, que interesa al mundo ‘indepe’ para convencer a la sociedad de que solo concediendo a los secesionistas lo que piden se logrará la tranquilidad y la calma para recuperar la vida cotidiana. La esperpéntica jornada del jueves dejó en evidencia tanto a los servicios de inteligencia de Defensa e Interior, como a los Mossos D’esquadra y la consejería de Interior. También abrió un interrogante sobre el juego al que ERC piensa jugar con Illa, al que avisaron de que solo le apoyarán mientras cumpla sus deseos. Y, finalmente, que la sociedad catalana, mayoritariamente, prefirió el campo, la playa o la montaña, antes que servir de decorado humano a una bufonada digna del genio de Albert Boadella y sus Joglars.