Al otro lado del charco
Los seres humanos que pasan por una dictadura salen de ella noqueados, desorientados y con la sensación de que alguien les ha robado parte de su vida, pero se recuperan cuando sienten que tienen un lugarcito para existir sin miedo.
Se habla estos días de las elecciones venezolanas, de la inutilidad del teatro democrático del chavismo; se habla de la falta de libertad que reina en ese país como si faltara el azúcar, o el regaliz (que también falta), pero eso no hace sino simplificar los destrozos emocionales que sufre una población sometida al miedo, al chantaje y a la desesperanza.
Las dictaduras atacan sin pudor a la estructura del individuo, les carcomen limitándolos, haciéndoles enfermar en la reflexión permanente y roban su dignidad estrangulándoles con pobreza, con falsos derechos, con una paletez de permanencia que ciega y anula. Venezuela encoge el alma porque más de dos décadas de despropósito son casi una vida.
El mundo entero está lleno de ciudadanos que han renunciado a su tierra por seguir siendo quienes eran. Les faltaba el aire y huyeron interponiéndose en su propio destino. Los más adinerados han hecho subir los precios de los grandes apartamentos del barrio de Salamanca en Madrid o de Sarrià en Barcelona, y los demás se reparten el territorio laboral dependiendo de su formación. Son ciudadanos sin tierra que aguardan un cambio para volver; pero las elecciones, como se esperaba, han sido otro episodio de manipulación, y Maduro luciendo chándal patriótico sonríe bravucón y patán aceptando el reto de liarse a puñetazos con Elon Musk.
Este surrealismo cómico dramático afecta a más de ocho millones de exiliados y se me hace difícil comprender la equidistancia de muchos países que contemplan el drama desde una supuesta barrera. Pero ahí seguimos con un impresentable deshaciendo las vidas de tanta gente y pasándose por el arco de triunfo las leyes o las instituciones.
Desde 2015 a 2019, Zapatero viajó al menos 37 veces, que se sepa, a Venezuela y fue la pandemia la que interrumpió su labor de paz. Yo espero que, aparte de acumular millas para viajar gratis por el mundo, no intervenga ahora para limpiar el chavismo cuando por fin se escuche al ciudadano. Lo peor para un país sometido durante décadas es que se termine con dos padrenuestros y un avemaría. El dolor y la opresión nunca caen en saco roto, y si no, que nos miren a nosotros, donde todavía el lenguaje que se utiliza es un arma arrojadiza para repartir estopa.