El payaso triste
P or más que tenga vocación de héroe trágico, Puigdemont siempre acaba resultando un héroe cómico. No es que se trate de algo malo, aunque, ya metido en la carrera de la heroicidad, casi mejor que caigas del lado homérico que del lado de Benny Hill. La vida es dura y, sobre todo, impredecible: aspiras a la estatua de bronce y, por lo que sea, acabas de cristobita. En 2019, el presidente Sánchez, con ese envalentonamiento que infunden las campañas electorales, proclamó con respecto al president fugado: «Me comprometo aquí y ahora a traerlo de vuelta a España y que rinda cuentas ante la justicia española». Lejos de traerlo Sánchez, Puigdemont regresó por su pie, antes de esfumarse como si en vez de una persona fuese un holograma.
El héroe cómico es un personaje risible, pero incapaz de reírse de sí mismo. El pícaro, por su parte, tiene el privilegio de disponer de un pensamiento elástico.
Sánchez y Puigdemont comparten un secreto a voces: su afición a las presidencias. No se trata de una inclinación reprochable, claro está, ya que para ansiar ser presidente de algo hay que tener un sistema neurológico un poco raro, y tampoco vamos a ser demasiado exigentes con los cerebros de tendencia presidencial, aunque tal vez les convendría disimular un poco, ya que vincular la deriva de un país a un pasatiempo personal es más propio de un sátrapa que de un demócrata.
Por una cosa o por otra, estamos obligados a ejercer casi a diario una especie de contorsionismo mental. Por ejemplo, dar por concluido el ‘procés’ gracias a unas concesiones que potencian el buen proceso del ‘procés’ en el futuro o aceptar como medida progresista un principio obscenamente neoliberal: que reciba más no quien más necesita, sino quien más aporta a la caja común. Según Illa, Cataluña «se merece una financiación singular» debido precisamente a su singularidad, cabe suponer que en contraposición a esas comunidades tan indistintas como ahistóricas que se merecen una financiación estandarizada. Es posible que la ocurrencia tenga poco recorrido legislativo, y la incógnita es otra: tras la calma chicha, ¿cuánto va a tardar ERC en exigir un referéndum de autodeterminación? Mientras tanto, el héroe cómico sigue a lo suyo: convertir la política en la payasada grotesca de un lastimoso filibustero.