La cultura como herencia
E n un libro de hace más de setenta años se recogían ya cerca de doscientas definiciones para cultura. Seguramente hoy se le añadirían muchas más. Aun así, voy a aventurar una bastante sintética: la cultura es la memoria que no hemos adquirido en persona, el conocimiento que hemos recibido de nuestros ancestros. Es útil para vivir con más garantías en el mundo, para eludir errores repetidos, para afinar el instrumento sutil de la convivencia. Es algo propio de nuestra especie a partir de cierto momento, como el habla o el fuego; y a la par es algo ajeno a nosotros, pues se trata de una herencia, pero una herencia que hay que reclamar y ejercitar, pues si no se hace termina perdiéndose por el sumidero del olvido. Una sociedad completamente inculta es algo impensable: todas las que han existido han dejado algún tipo de legado, aunque no fueran más que unas leves huellas de su extinción.
La planitud del pensamiento políticamente correcto, que es la filosofía de nuestro tiempo, en dura competencia con la filosofía del plagio o del copia y pega, nos obliga a decir que no existen culturas más o menos cultas, pero no que las hay más o menos amplias, que han respondido a su entorno o alrededor desde uno o mil ángulos. Esto es lo que quería expresar Alain Finkielkraut cuando escribió que «un par de botas no es igual a Shakespeare». La igualdad es innegociable para el respeto en cualquier ámbito vital, pero, como la historia se encarga de soslayar, la realidad es tozuda. Los chinos, ante la pandemia del coronavirus, no abrieron un centro de acupuntura sino que levantaron dos hospitales occidentales, con su bioquímica y sus salas de analítica.
La definición de cultura que hemos propuesto hace obvio hincapié en la transmisión, en el sentido de legado. Y presupone un patrimonio, cuando ese patrimonio no es algo fijo sino algo que está perpetuamente haciéndose, modificándose, transformándose. Viven y mueren partes de él constantemente: se pierde el arte cabruñar la guadaña como se olvidó la forma de extraer fuego de dos lascas de piedra entrechocadas entre sí. A cambio, por ejemplo, se aprende la manera de instalar una aplicación en el móvil, de arrancar un patinete eléctrico o de marcar la casilla más beneficiosa para nuestra declaración de la renta. Casi ni nos damos cuenta de cuánto han cambiado los conocimientos imprescindibles para la existencia, los umbrales de supervivencia.