Seguridad y derechos humanos Arturo Pereira
Buenos síntomas
Los Juegos Olímpicos siempre nos congregan y sorprenden, y ya son muchas ediciones de olimpismo. Desde que unos griegos, un poco aventados y ansiosos por poner en valor sus cualidades anatómicas y físicas les diera por reunirse a competir, el ser humano no ha parado de medirse con los demás en este terreno.
Es toda la humanidad la que compite bajo el manto de unos valores que representan lo mejor a lo que podemos aspirar y que en principio todos los aspirantes declaran asumir como propios. Aunque no siempre ha sido así, recordemos las Olimpiadas de Berlín en 1936, que fueron un intento fallido y bien fallado de demostrar la superioridad racial de una pretendida raza de gente exclusiva muy clara de piel y ojos.
Pues no se le arregló al Führer y compañía porque el bueno de Jessi Owens, de piel más bien como la crema negra de los zapatos, les pegó un repaso que hasta Hitler marchó amargado del estadio. Lo que es la vanidad y el desconocimiento, todo el mundo era conocedor de las marcas de Jessi, un portento, y contra eso no hay doctrina racial que se imponga más allá de las fantasías literarias nazis.
Pero, al final esta trampa para el olimpismo, ha quedado relegada en su gran historia. Los Juegos Olímpicos tienen un glamour y poder de seducción que nos arrastran por su espectáculo y porque el ser humano se manifiesta en toda su potencialidad y naturalidad.
Se ha criticado la vertiente de espectáculo, en alguno de sus aspectos concretos, de los de París de este año. Yo creo que hay formas de dar a conocer la cultura propia y promocionar un país organizador sin necesidad de faltar a la sensibilidad de alguien. París es una de las cunas de la Civilización Occidental y de valores universales, no necesitaba herir a muchos cristianos alrededor del mundo, por ejemplo.
Supongo que con el tiempo este y otros errores, que siempre los hay, irán olvidándose y se recordarán los récords y gestas de los atletas que de eso se trata. Más allá de esta dimensión de permanente superación, están las gestas humanas que ponen en práctica los valores del olimpismo.
Algunos casos concretos nos han llenado de emoción y reconocimiento hacia sus protagonistas. Nuestra jugadora de Bádminton, Carolina Marín se lesionó delante de toda España cuando era firme candidata a una medalla. Su rival, la china He Bingjiao, recogió su medalla de plata con un gesto de reconocimiento hacia Carolina exhibiendo un pin con la bandera española. Un acto sencillo, pero qué grande.
¿Qué decir del hermanamiento entre ese monstruo del salto de pértiga Armand (Mondo) Duplantis que batió el récord olímpico y el mundial superando una altura de 6.25. Kendricks de los EEUU y Karalis de Grecia, segundo y tercer clasificado respectivamente, le estuvieron acompañando y animando hasta que consiguió batir el récord mundial.
No solo eso, sino que lo celebraron los tres juntos en una apoteósica vuelta al estadio olímpico haciéndose fotos y dándose repetidos abrazos en una muestra de respeto y reconocimiento mutuo. Estos son valores llevados a la práctica asentados en una educación competitiva pero que no excluye al rival, sino que lo integra en el éxito propio.
Nunca he creído en las doctrinas competitivas que intentan anular al rival, ni en el deporte, ni en la vida en general. Básicamente, primero, porque casi siempre es imposible y segundo, porque machacar a los rivales nos degrada como seres humanos. El juego limpio exhibido por estos y otros atletas hace que recuperemos la ilusión por el ser humano.