Complacencia y declive
La autocomplacencia es una de las anomalías del persistente discurso gubernamental. Cuando los datos no pueden alterarse (18 medallas y decimoquinto país en el medallero) los voceros del ‘establishement’ nos dejan con la boca abierta diciendo que los deportistas españoles «han sacado un diez» (Alejandro Blanco, presidente del Comité Olímpico Español). O que España «va por el buen camino» porque somos el país decimoquinto sobre 206, como se ufanaba Rodríguez Uribes, el quinto presidente del CSD en seis años. Toda autocomplacencia es poca para salvar la cara al proyecto ‘Team España’ improvisado por el jefe (Sánchez). Solo faltaba decir que como la mitad de las preseas las han logrado deportistas nacidos fuera de España eso confirma nuestro éxito en la política inmigratoria. Es un ejemplo ostensible de cómo convertir un fiasco en casi un éxito.
Pero la anomalía de la autocomplacencia se extiende como un virus sin control en la vida política nacional. Si un prófugo con orden de busca y captura, como Carles Puigdemont, ridiculiza a la seguridad y la justicia del Estado, se pone en valor que Salvador Illa, un socialista, es presidente de la Generalitat y que el ministro del Interior, Grande-Marlaska, no tiene ninguna responsabilidad. Nada sobre el control de fronteras. Ni una palabra del CNI maniatado en Cataluña. Si el precio de la investidura ha sido la llave de la caja de los tributos para los independentistas que se frotan las manos con el extra de dinero para financiar la secesión, la autocomplacencia gubernamental se pavonea porque «Cataluña avanza, España gana», según el tuit de Pedro Sánchez.
Por seguir con estos días de bermuda y manga corta, que le hablen de complacencia a los miles de viajeros boqueando en trenes parados sin aire acondicionado en mitad de la nada o hacinados en las estaciones del antaño tren de alta velocidad. Que si Talgo no cumple, que si la competencia, que si las obras de Chamartín. El máximo responsable de Transportes, Óscar Puente, al final, saca una titular diciendo que el Tribunal Supremo se ha «extralimitado» con el pobre Puigdemont. Pero, no preocuparse, la economía va como un cohete. Eso sí, no reparan en que los ingresos de las familias solo han crecido un 2,7% desde 2007 y estamos a la cola de la OCDE; que siete de cada diez jóvenes (treinta tacos) siguen viviendo en casa de los padres y que la gran mayoría de los currelas ganamos menos que hace diez años. La autocomplacencia es la señal clave del declive de una nación. Y, lo más grave, es que la sociedad se ha contagiado del conformismo gubernamental.