La amnistía y su digestión
Los niños de entonces estábamos obligados a cumplir el horario restrictivo de la digestión. Dos horas sin meter un pie en el agua por temor a que el estómago se rebelara con el cambio de temperatura o la inmersión en el líquido elemento. El cuerpo debía adaptarse al cambio, había que darle tiempo al estómago. Y esa es la sensación que uno tiene sobre lo que está ocurriendo con la ley de amnistía y su aplicación. Estamos en un proceso de digerir el bolo alimenticio que nos han hecho tragar. Los jugos gástricos judiciales se revuelven, sobrevienen arcadas y el cuerpo social se resiente de la súbita inmersión.
Desde el Gobierno dan muestras evidentes de no entender la actitud de algunos jueces y tribunales. Ni la de un sector de la sociedad e incluso de algunos miembros destacados de su propio partido. Todo ese conglomerado que no ha acompañado al Gobierno y a la cúpula del partido socialista en su repentino cambio de postura sobre la amnistía y su constitucionalidad y conveniencia. El borrado mental y la reconversión de los presuntos delincuentes perseguidos por la justicia en honorables políticos exigía una habilidad camaleónica para la que el común de la ciudadanía no está dotado. Y menos aún los jueces que previamente habían condenado unos delitos que de la noche a la mañana desaparecen y cuyos causantes deben pasar de villanos a héroes.
El almidón de las togas provoca rigideces, pero el asunto va más allá de una judicatura más o menos rigurosa. Todavía hay una parte de la sociedad que no ha acabado de digerir esa operación política que, más allá de sus resultados, encierra un inexcusable conflicto de orden ético. El cambio de opinión en un asunto de primera magnitud y que desemboca en el dilema maquiavélico de la justificación de los medios para alcanzar un determinado fin. El fin era el poder. Y la justificación podría ser que el mantenerse en el poder impediría la llegada al mismo de un partido de extrema derecha como Vox subordinado al PP. Mantener políticas sociales progresistas, velar por viejos valores de la izquierda. Todo eso. Pero todo eso no elude el conflicto moral, ético o como lo queramos llamar. Ahí anidan la oposición que está encontrando la ley de amnistía. Lo extraño sería que el Gobierno no tuviera previstas esas reticencias. Entre otras cosas porque la aplicación de esa ley es fuente de desigualdades entre los ciudadanos y entre diferentes territorios tanto en el ámbito judicial como en el económico. El engrudo que la sociedad ha ingerido es demasiado pesado como para que andemos chapoteando alegremente sin que a más de uno se le corte la digestión.