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AL DÍA Fernando Jáuregui

El agosto más raro de mi vida

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Dicen que Franco aprovechaba los últimos días de julio y el mes de agosto para ‘colar’ por la puerta de atrás, cuando todo el mundo se empeñaba en olvidar y mirar hacia otro lado, las decisiones que consideraba que podrían ser más polémicas para la ciudadanía. Y mira que al dictador parecía no importarle un bledo lo que pudieran pensar o no los ciudadanos: él tenía sus propios caminos para ejercer su omnímodo poder. Pero, desde entonces, los gobiernos democráticos no han perdido la oportunidad de maniobrar en la oscuridad aprovechando que la excesiva luz agosteña parece cegar a la opinión pública y publicada. Y así, hasta este mes de agosto. El agosto más raro de mi vida profesional, y mira que he vivido agostos ‘raros’, entre ellos el pasado, en el que salíamos de las elecciones también más atípicas de mi vida, celebradas un 23 de julio y, encima, convocadas de manera inconstitucional sin que nadie pareciera querer salir a denunciarlo.

Lo que más sorprende es, claro, que el presidente del Gobierno, que milagrosamente nos ha permitido enterarnos de que ha aterrizado en La Mareta tras más de una semana virtualmente desaparecido en ignoto paradero, mantenga su silencio. Dieciséis días sin dar cuentas a electores y pagadores de impuestos de qué es lo que ha ocurrido en las trastiendas (y en los frontispicios) del poder, con un intento de abrir en canal el Estado incluido. Y ha aguantado estoicamente las especulaciones de una connivencia oficial en la saga/fuga de Puigdemont.

Tengo para mí que sigue tocado por la avalancha de acusaciones periodísticas y de la oposición acerca de las actividades de su mujer, Begoña Gómez, y de su hermano.

El mayor o menor trasfondo de un mes de agosto queda reflejado en las expectativas de lo que ocurrirá en septiembre y en el otoño en general: recomposición de los maltrechos independentistas, probable pérdida del apoyo de los siete diputados de Junts al Gobierno socialista y la enorme batalla jurídica y judicial que nos viene, con un Tribunal Supremo empeñado contra la amnistía y un Tribunal Constitucional que tendrá que declararla (¿o no?) conforme a la ley fundamental. Entre otras muchas cosas.