Mi voto, a Kamala
Comienza la convención del Partido Demócrata que aclamará, confío en que con suficiente unanimidad, a Kamala Harris como candidata y a alguien a mi juicio tan ‘normal’ como Tim Walz como candidato a la vicepresidencia. Siempre me he dicho que los ciudadanos del mundo deberíamos de alguna manera tener derecho al voto en los Estados Unidos, porque nos va mucho en el resultado. Y en el país aún —aún— más importante del planeta, del que tanto dependemos tantos, se masca algo parecido a la tragedia si nadie, o sea, los votantes, lo remedia.
Se percibe un cierto y quizá excesivamente cauto temblor en los líderes políticos europeos —bueno, en la mayoría de ellos— ante la no disparatada hipótesis de una victoria electoral de Donald Trump el próximo mes de noviembre: el republicano, gritón, zafio y sanguíneo, es imprevisible, pero la mayor parte de las cosas que de él se pueden esperar son preocupantes. Porque representa a una parte de los Estados Unidos que muy poco tiene que ver con los valores y trayectoria de la moderación europea, incluso con los nuevos postulados de China e India, o con la nueva presidencia mexicana, y sí mucho con los excesos, vamos a llamarlo así, de Putin y de ciertos Estados ‘gamberros’. El mundo se asoma al balcón de un caos y creo que hay que gritarlo, contra lo que hacen nuestros ya digo que acaso demasiado prudentes representantes políticos y económicos.
Porque, por supuesto, no tenemos otra posibilidad de ‘votar’ en los Estados Unidos que la de gritar, cada cual a su escala y en su medida, la alarma que nos produce que un delincuente, condenado como tal y con una veintena de causas más aún pendientes, pueda convertirse en el hombre más poderoso del mundo, de alguna manera ayudado por otros poderosos temibles. Y sí, estoy pensando en Elon Musk. O en el terrible zar de todas las Rusias, que, déjenme apostar, intentará meter la zarpa en un proceso electoral que me temo que va a ser al menos ‘movido’: Trump no es precisamente un hombre que acepte elegantemente una derrota. Y menos a manos de una mujer. Y menos si esa mujer procede de valores opuestos a los suyos, si es que a lo de Trump se puede llamar valores.
Nos la estamos jugando. Un mundo razonablemente liderado —como ocurrió con Biden, cuyas deficiencias mentales son ahora un peligro— por alguien como Kamala... o lanzado a la cuerda floja por un tipo del que ya lo sabemos, ay, casi todo, como Trump.
En los Estados Unidos, tan desprestigiados durante la presidencia de Trump —que llegó al poder como llegó: lea usted los libros sobre Cambridge Analytica, por ejemplo. Y lo dejó como lo dejó: con un intento de golpe de Estado—, aún hay esperanza. Para ellos mismos y para todos los que no podemos votar allí, pero tanto nos gustaría hacerlo.