Noticias de 2075
En los años cuarenta era un placer ver este cielo alto y frío sobrevolado por centenares de drones. No quedaban apenas aves autóctonas de pluma y hueso, pero abundaban los depredadores de los ríos, que, cuando acabaron con todas las truchas, fue necesario exterminar porque, con los mares esquilmados de peces, optaron por afincarse aquí y se volvieron violentos contra las personas y sobre todo los niños. Las batallas de drones contra cormoranes fueron un espectáculo retransmitido por todas las pantallas. Venció la tecnología, claro. Sus cadáveres se quemaron en el lugar donde estuvo, hasta 2050, la muralla romana, que se derrumbó a tramos por la desidia del constructor que iba a acometer su vigésimo cuarta restauración: como no llegaban los dineros de la Unión, trasladó la empresa a la unívoca Asturias, cuyo gobierno fomentaba con jugosas subvenciones la atracción de emprendedores en una loable tentativa por repoblar su territorio. Por entonces, León era una orgullosa ciudad de 25.000 habitantes, todos funcionarios reconvertidos al turismo primordial a partir de la publicación de las conclusiones definitivas de la Mesa por León que al final ratificó Europa. Todavía no había acontecido nada de lo que sucedería después. El mundo, al menos el mundo contento de ser de aquí, continuaba en su inopia astringente y menguante.
Aquella retransmisión de la batalla final entre cormoranes y drones fue la última ocasión en que tuvimos protagonismo mediático. Un apagón informativo sobrevino después, una mudez que incluso fue incapaz de romper el derrumbe de la catedral, porque la de Burgos se desmoronó un par de meses antes. Hoy, sólo cinco lustros después, caminando entre escombros y cascotes que hacen peligrosas las calles, el turismo ha desertado definitivamente de una urbe cuyo apagado corazón late por pura inercia. Arracimados alrededor del solar donde estuvo la catedral, al calor de su esqueleto, unos pocos miles de almas malviven a costa de haber recuperado olvidados oficios medievales, siendo la funeraria la única empresa que aún puede llamarse así con cierto decoro. La Unión nos ha expulsado de su seno, como veníamos pidiendo desde hace casi una centuria, y el gobierno provisional de la autonomía uniprovincial se ha instalado en Astorga, a medio camino de los respectivos ocasos de León y el Bierzo, que siguen compitiendo con el mismo encono de siempre entre sí, ahora por la corona de espinas de la ruina. Cada noche, hambrientas y avejentadas sombras se adueñan de las calles.