No digas jamás
Un día, hace ya sus buenos años, juré por la Virgen de los Esparabanes, reina y madre del pueblo cazurro, que jamás comería una hamburguesa de franquicia americana ni tampoco de las que se plagian aquí para pillar cacho en un negocio que viene siendo de fábula en estos tiempos tan infantiles que gustan de engullir deprisa-deprisa más que de comer con sentido disfrutón y rito en paladar lento. Y es que pertenece uno a la generación del filete ruso, que también engaña lo suyo, pero no tanto, al triturar carne menor para hacerla masticable y hasta rica adobada con ajo, perejil, huevo y albardada con harina o panrallao. La cosa, así, sin más, sabía después de todo a carne. Pero ¿cómo distinguir el sabor exacto de la carne de una hamburguesa por más que digan que es de buey selecto o de ternera lírica si acaba sitiada y sepultada bajo bacon, queso de eslurri mamón, cebollamen, tomate tieso, mayonesa, mostaza, ketchup, salsa barbacoa, lechuga, pepinillo y vete tú a saber cuántas otras pamplinas más con químicas de temer?... Y como mayormente no hay que masticar, la voracidad infantil invita a engullir esa hamburguesa como lo haría un licaón o de la misma forma con que se ceba a los gansos con embudo. No es plan. Empapiza. Y lo peor: crea vicio por sus saborizantes adictivos.
Y ahora, la anécdota: Vargas Llosa, alojado un día en el Hostal de San Marcos, preguntó al recepcionista si había McDonald en León y le indicó perplejo que el hotel tenía un magnífico relais de exquisita carta; Llosa insiste y justifica que viaja mucho y que, si comiera en cada lugar las particularidades del país, su estómago se estragaría, así que prefiere esa hamburguesa ya conocida que lo raro por conocer, pide un taxi y c’ést fini. Por entonces, ya pelicuarentón yo, hice caso a Susana y comí mi primera hamburguesa con sentimiento pecador; y ya no fue la única, aunque si de memoria se trata, siempre me repica en el paladar la que inventó Andrés en su «Alce»; él la llamaba «bomba» y yo «guarrada»; brutal y de refocile; y me dije «nunca digas jamás».