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CUARTO CRECIENTE Carlos Fidalgo

La ciudad de la codicia

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La Ciudad del Dólar también fue la ciudad de la codicia. Lo decía de Ponferrada el que fue su alcalde a mediados de los años cincuenta, Francisco Laínez, en un bando donde anunciaba que el Ayuntamiento, a la espera de contar con un planeamiento urbano, iba a aplicar a rajatabla las normas urbanísticas recién aprobadas para poner coto al crecimiento salvaje de la capital del Bierzo.

A Ponferrada llegaban entonces dos mil personas al año, la mayoría obreros para trabajar en la industria del carbón, o en las obras de Endesa. Dos mil personas era un aluvión. No había vivienda para todos y se construía en cualquier parte, de cualquier forma, a toda costa.

Los propietarios de fincas tenía prisa por vender. Los promotores y particulares, urgencia por construir. Y los recién llegados necesitaban un techo cuanto antes.

Aquella fue la Ponferrada del Ensanche. La ciudad que quiso ser otra y no fue. Y lo cuenta la exposición que estos días puede visitarse en la Casa de la Cultura, coordinada por el bibliotecario y archivero Jesús Álvarez Courel, que también ha desarrollado un proyecto para poner en valor la Ciudad del Dólar —ese es el nombre literario con el que hoy conocemos a la Ponferrada de la posguerra— que el Ayuntamiento ha tomado como base para proteger, señalizar y reintegrar en el callejero en algunos casos, una serie de edificios icónicos y de poblados urbanos.

Circulaba el dinero en aquella Ponferrada. Pero no llegaba por igual a todos. No conviene mitificar aquellos años. Desde El año del wólfram de Raúl Guerra Garrido, hasta Volverás a Región , de Juan Benet —el ingeniero que se alojó en el viejo Hotel Madrid de La Puebla, donde escribió una de sus novelas más conocidas—, sin olvidar la más reciente El puente de hierro , de César Gavela, la literatura ha creado toda una leyenda en torno a aquella ciudad desordenada, en constante crecimiento: La ciudad de la montaña de carbón, de las térmicas de Endesa y de la MSP. La ciudad con un solo puente para el tráfico y otro para el ferrocarril. La ciudad donde se hacía dinero. Y se perdía en el juego. La ciudad llena de bares, de burdeles. La ciudad del arquitecto Mirones y del colegio San Ignacio.

Todo esto hay que contarlo también a pie de calle, que es donde fermentan las historias más grandes.