Dolor virtual y real
Esta iba a ser una columna acerca de lo mucho que me gustan los libros que estoy leyendo, y del disfrute que me proporcionan. Pero he de dejarlo para otro día, pues debo escribir de lo contrario: del odio. Tiras una piedra y descalabras a un odiador. A cien, si la tiras en las redes sociales. Miguel Ángel Aguilar, fiscal de delitos de odio, propone legislar para restarle facilidades a quienes difunden los suyos en el mundo virtual, enmascarados en el anonimato o en nombre falsos. Antonio Silván ha abogado por el sentido común y declarado: “el anonimato no puede servir en ningún caso para hacer declaraciones que con nombre y apellido no harías”. Así debería ser, así era en Camelot hasta que con la tabla redonda alguien hizo una fogata. Silván es un caballero de la política. A menudo, los partidos colocan a odiadores en altos cargos, para que les hagan el trabajo sucio verbal, que algunos llaman libertad de expresión. Los políticos deberían ser los primeros en dar ejemplo de conducta emocional. Quizá legislar sobre estas cuestiones sea pretender ponerle puertas al campo, pero debe hacerse, pues el dolor virtual es real. Una injuria no lo es menos porque haya sido expresada en un chat. No nos acostumbremos a la anormalidad, ni siquiera en una pantalla. Porque eso que llaman inteligencia artificial ha ampliado las herramientas de los malvados, al permitirles crear espejismos.
No solo odian la extrema derecha y la extrema izquierda. Hay quien odia a una raza, hay quien odia a una ciudad entera; hay quien odia lo lejano, hay quien odia lo próximo; hay quien odia una religión, hay quien odia a un equipo de fútbol; hay quien odia a los pobres, hay quien odia al que tiene más que él… incluso, algunos odian —sobre todo— que tú no les odies. Empecemos, pues, haciendo un autoexamen de nuestros prejuicios. También el silencio puede ser una forma de complicidad con el mal.
El odiado rara vez ha hecho algo a su odiador, salvo existir… incluso, a veces, solo subsistir. No, no hay razones para la sinrazón. Hay que legislar contra el odio en las redes… aunque sea pretender ponerle puertas al campo… de minas. Urge, pero hágase muy bien. Porque las heridas virtuales duelen, a veces hasta matan.