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Repasemos un poco lo que llevamos vivido en este mes de agosto. Primero, los Juegos Olímpicos de París. Uno llevaba tal subidón de haberle ganado la final de la Eurocopa a Inglaterra que pensaba que el deporte español estaba ya coronado. Pero llegan las Olimpiadas y vuelta a la segunda división de España de toda la vida. Maldita sea, qué depresión cada vez que veía el medallero: Estados Unidos, venga, más de cien medallas; China, un montón; Francia, otro montonazo. Y España allá lejos, hasta Rumanía tenía más medallas que España. Digo yo que este papelón tendrá responsabilidades políticas. Que conste, y con énfasis, que las 18 medallas que conseguimos tuvieron doble o triple mérito si se tiene en cuenta lo que se gasta España en fomentar el deporte. Pero en qué demonios se gasta los dineros España. En fomentar el deporte, está claro que no lo hace como lo hacen Francia o Italia o Alemania. Mi melancolía creció al ver cómo Nicolás Maduro sigue sin mover el culo. Muchos son los errores que puede cometer un mandatario. Pero hay algunos errores que son tristes, simplemente tristes, como el de saber con plena conciencia que el pueblo no te ha votado y no marcharte. Más allá del delito, y de las consecuencias penales, es un acto de una enorme tristeza. Inventarse el amor de un pueblo da pena, quien lo hace tiene que ser necesariamente un hombre sin alma. Entre las pocas medallas y el inmaduro de Maduro no ha sido, en lo público, un agosto memorable. Pero uno, a estas alturas de la vida, ya sabe olvidarse de las tristezas y pensar en las alegrías, como la que me dio participar en la Feria del Libro de Panamá, donde España era invitada de honor. La FIL de Panamá está creciendo y tiene voluntad de convertirse en una referencia del libro en Latinoamérica. Es la segunda vez que visitó el canal de Panamá, y mira que me han explicado muchas veces su funcionamiento con paciencia, pero sigo sin entenderlo. Lo de las esclusas lo entiendo, pero luego no sé de dónde sale el agua, porque encima es agua dulce, y ya no sé si tengo delante el Pacífico o el Atlántico. Panamá me fascina porque tiene un montón de rascacielos, y a mí me encantan los rascacielos, tan impopulares en España. Y sin embargo lo primero que hacen los españoles cuando llegan a Nueva York es asombrarse de las alturas celestiales de los edificios. No sé por qué somos tan hipócritas, a lo mejor por eso solo nos hemos llevado 18 medallas y no 40, que es lo que más o menos nos tocaba si queremos pintar algo en el mundo del deporte.