El otro yo
Según las declaraciones a la policía del asesino confeso del niño Mateo en Mocejón, Toledo, no fue él, sino su otro yo, su copia, el que le acuchilló repetidamente hasta matarle. Tras el asesinato, su otro yo abandonó la escena de su crimen, se desembarazó del arma homicida y se dirigió a la casa de su abuela, donde se duchó y cambió por otra su ropa ensangrentada. Si se trató de un episodio, bien conocido en psiquiatría, de despersonalización, o de desdoblamiento de la personalidad, cabe preguntarse dónde estaba él, su yo primero, el original, durante el terrible suceso, si, cual es común en esos brotes, asistió al asesinato del niño como mero espectador, si participó como cooperador necesario, si se espantó o si se solazó con lo que estaba haciendo. ¿Reconoció la abuela como su nieto al que llamó a su puerta, o ya no era otro, con otro yo, sino él?
Todo esto es, expresado lisa y llanamente, una locura, como también lo es, sumando a la patología psíquica la más abyecta insania moral, lo que desde las sentinas de las redes sociales esparce la cuerda de miserables que utilizan cualquier suceso, real o inventado, para criminalizar a los inmigrantes y atizar el odio contra ellos, particularmente contra los menores sin amparo familiar.
La locura es el sufrimiento inútil, para el que la padece y para los que le padecen. ¿Se propondrá el Estado algún día, cualquier gobierno, atajar o aliviar siquiera ese sufrimiento? ¿Se estimará algún día imprescindible y urgente atender como las circunstancias requieren, desde la Sanidad Pública, la salud mental de los españoles? Porque siendo cierto que la enfermedad mental o los trastornos de personalidad no conducen sino muy rara vez al crímen, también lo es que conducen invariablemente al sufrimiento, al personal, al familiar, al social. Ignoro si el asesino confeso del niño Mateo tiene un yo, dos yoes, o ninguno, pero sí sé, a tenor de lo que va trascendiendo, que su cabeza se hallaba en total desamparo. No sé si fue él, o su copia (¿idéntica?), el que cosió a puñaladas a un niño que jugaba, pero sí sé que ya no juega, que ya nunca podrá volver a jugar.