El milenio de Bizancio
Allá por 582, el emperador romano de Oriente, Mauricio, depuso a Al-Mundhir, cabeza visible del reino sarraceno en el que se apoyaba para combatir a los persas. Diez años después, el emperador persa, Cosroes, ejecutó Al-Nu’man, monarca del otro reino sarraceno de la época, tributario de Persia en su pulso con Constantinopla. El vacío de poder así creado en Arabia lo aprovechó un profeta de La Meca, Muhammad o Mahoma, para poner en pie una comunidad de creyentes que iba a desbaratar el Imperio persa y a punto estuvo de aniquilar el Imperio romano de Oriente, tras despojarlo de un enorme pedazo de su territorio. A veces, los poderosos no son conscientes de hasta qué punto una decisión en apariencia marginal puede acabar cambiando de manera dramática el curso de la historia.
La primera gran batalla entre bizantinos y musulmanes se produjo en el año 634 en los alrededores de Gaza, uno de los centros religiosos y culturales del Imperio, y se saldó con una humillante derrota para las armas romanas, a la que siguieron muchas otras. Los seguidores de Mahoma pusieron varias veces sitio a Constantinopla y se apoderaron, entre otras, de Siria, Cartago y Egipto, el gran granero del Imperio. A finales del siglo octavo, el Imperio romano parecía acabado, rodeado por doquier de enemigos emergentes. A la pujanza del califato se unía la del Imperio carolingio, que le disputaba su posición en Italia, y la de los búlgaros, que presionaban en los Balcanes. Y sin embargo, Bizancio sobrevivió al declive de los dos imperios rivales y acabó estabilizando el frente balcánico y asimilando en buena medida, religiosa y culturalmente, a sus enemigos eslavos.
La historia, apasionante, y muy ilustrativa para entender el mundo, la cuenta el bizantinista Anthony Kaldellis en su monumental ‘The New Roman Empire. A history Of Byzantium’ un recorrido que abarca en su integridad el milenio largo del Imperio romano de Oriente y que ofrece las claves de su larga pervivencia, pese a enfrentarse a enemigos formidables y pasar una y otra vez por coyunturas desesperadas. Al final, el otomano Mehmet II, seguidor de la fe del profeta de La Meca, logró expugnar en 1453 los muros de Constantinopla, pero ahí quedan esos más de mil años en que Bizancio demostró el poder de las leyes, la administración eficaz y el compromiso por el bien común para sostener una empresa humana en la adversidad. Justo lo que les faltó a esos otros imperios a los que supo sobrevivir.