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Contaba ayer lo que gocé y aprendí en Buñol en mi primera tomatina (la única; jamás vuelvas a donde una vez fuiste feliz, se dice). Me fascinó todo, y lo primero, claro, la tomatina, guerra tomatera de risa, 1975 era, con plaza y calles abarrotadas, llegando camión repleto de tomates y, delante, el cachondo alcalde aupado en angarillas dando la orden de iniciar batalla; atónito quedé al ver que muchos de los primeros tomatazos se lanzaron contra la pared de su iglesiona donde gritaba un gran mosaico de azulejo talaverano con la cara de Franco entre ¡vivas! y ¡arribas!, y la tomatá del tumatet dejó el jeto del Generalísimo en puro churretón como llorando sangre; eso entonces era altamente subversivo con tres años de cárcel de propina, aún vivía el dictador, tres meses le quedaban (¿es que hubo mucho muerto aquí en la Guerra?, pregunté; sólo unos pocos, me dijeron, pero nos quemó la biblioteca y eso nunca se perdona)... y después, a tomatazos entre todos y a pringar a mozas o mirones, a revolcarse y rebozarse en el puré que anegaba suelos y paredes (días después aún me salían pepitillas de la pelambre y de los bajos), y en las cinco intensas jornadas que allí pasé descubrí mucha cosa: un pueblón de siete mil almas (hoy nueve mil) sin paro en su censo al tener cementera, textil y celulosa, y en cada casa, por ley, al menos un instrumento musical (eso amansa) y una escopeta de caza (la pólvora les narcotiza), sus dos pasiones, y con dos bandas de música en reñida rivalidad («La Artística» o los Feos y «La Armónica» o los Litros) que en fiestas se dan tregua siendo una sola con los menores de cada una en repertorio inaudito de música clásica adaptada a sólo metales, pueblo con un Aparisi farmacéutico que no escondía los prohibidísimos condones o inyectaba ginebra a las sandías, pueblo de cementerio civil que aún existía tuteando al católico... pero si les tocas a su san Luis Beltrán, alguno va y te mata... ah, y mucha casa con puerta abierta o llave puesta, recibiendo, no desconfiando... quizá es que fuera fiesta... o porque son así... y de aquel insólito Buñol me enamoré.