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Siento un estremecimiento al pensar en las millones de mujeres que viven en Afganistán bajo el bastón de mando de un grupo de hombres que necesitan con urgencia un tratamiento que analice su odio a las mujeres. Los que mandan y los que les secundan. Porque, sin duda, la percepción y relación de estos hombres con las mujeres denota una anomalía.

La recién aprobada ley «contra» el vicio y en «pro» de la virtud es lisa y llanamente espeluznante.

A la prohibición de enseñar el rostro y cualquier parte del cuerpo (deben llevar burka y vestimenta que oculte las formas femeninas), se ha unido la del silencio. Se prohíbe a las mujeres hablar en público, que nadie escuche su voz fuera de los muros del hogar. Se trata, dicen, de «evitar tentaciones».

¿Qué clase de hombres son quienes temen la voz de las mujeres? ¿Qué psicosis padecen?

Prohibido enseñar el rostro. Prohibido llevar vestimentas que no cubran holgadamente el cuerpo hasta hacerlo desaparecer. Prohibido hablar. Prohibido estudiar. Prohibido trabajar fuera del hogar.

Cualquier día prohibirán la existencia de las mujeres.

Pero nadie levantará un dedo. Ya sabemos de qué va esto de la política internacional, donde todo es hipocresía en función de los intereses de cada cual. Se presume de feminismo en España y se cierran los ojos ante los feminicidios en otros lugares como Afganistán.

El silencio clamoroso del Presidente Sámchez, su Consejo de Ministros y demás dirigentes del PSOE, y las «feministas oficiales» es lisa y llanamente vergonzoso.

Hace tres años, Estados Unidos y sus socios de Occidente decidieron abandonar Afganistán a su suerte, mejor dicho al terror talibán. Estos llegaron a Kabul como si fueran de excursión porque no encontraron ningún obstáculo, puesto que el gobierno norteamericano y sus amigos en Occidente ponían pies de por medio.

El presidente que tomó esa decisión fue Joe Biden y su partido, el Partido Demócrata. Me gustaría saber si, en su momento, la entonces silente vicepresidenta Kamala Harris, se plantó en el Despacho Oval para al menos discutir la decisión del Presidente. Y sí, me gustaría que Kamala Harris en estos días de campaña dijera algo al respecto, al menos unas palabras de esperanza para las mujeres a las que van a reducir a menos que nada.

He conocido a algunas mujeres afganas refugiadas en España y he escuchado sus relatos estremecedores sobre lo que supone ser mujer en Afganistán y por tanto la tragedia que provocó que Occidente abandonara el país.

A los dirigentes occidentales se les llena la boca hablando de derechos humanos pero siempre dependiendo de sus intereses. Para nuestros gobernantes en Europa, incluyo a los de nuestro país, la violación de los derechos humanos o las guerras no son iguales, no son lo mismo unas que otras. Y al parecer la violación de los derechos humanos en Afganistan no está en el catalogo de sus preocupaciones.

Insisto me parece vergonzoso que nuestra clase política no diga ni una palabra sobre la violación de un derecho humano tan elemental como es el derecho a hablar, simplemente hablar. Los talibanes han decretado que las mujeres no pueden hablar. Y el mundo les secunda con su silencio cómplice.

¿No les da vergüenza? Habrá que preguntarse por qué.