Diario de León

el rincón Fernando Jáuregui

Buen día para Felipe y Leonor

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Vivimos momentos políticos tan agitados que cualquier atisbo de normalidad se convierte en lo anormal. Que el jefe del Estado viaje a una de las partes de ese Estado, Cataluña, y sea recibido oficial y hasta cordialmente por el máximo representante de ese Estado en el territorio, el molt honorable president de la Generalitat catalana en este caso, no debería ser noticia en un país que no estuviera constantemente fuera de sus casillas. No es el caso de España, donde la imagen de Felipe VI saludando sonriente a Salvador Illa hizo este viernes todas las portadas y abrió todos los noticiarios. Compitiendo, por cierto, con Leonor de Borbón, una nueva guardiamarina que representa el futuro de esa normalidad, indeseable para algunos, pero tan anhelada por los más.

Me disgustan tanto el peloteo que en ciertas crónicas acompaña cualquier cosa que hagan la familia real y sus apéndices, como la lapidación con la que, desde otros medios, especialmente catalanes de carácter independentista, se castiga de manera no menos constante al Rey y a su familia, incluida la búsqueda de escándalos, presentados inadecuada y falsamente como tales. Creo que las actividades de los reyes y de sus hijas hay que inscribirlas en el marco de la normalidad de un jefe de Estado monárquico y, a pesar de ello, moderno, y de su familia más directa, ya que el antecesor de Felipe VI no supo ganarse esa normalidad en el trato de los medios ni en el de las instituciones. Con indudable habilidad, el Rey ha sabido pasar página sobre hechos de su padre que jamás, jamás, deberían haberse producido y que cuestionaron severamente a la Corona.

Creo, la verdad, que Felipe VI, con esa impasible serenidad que muestra siempre, aun enmarcada, a veces, por un rostro preocupado, es un sólido bastión frente a tanta insensatez política como nos abruma. Menos mal que, en sus desvíos de esa solidez institucional que debería exigirse a todo jefe de Gobierno, ni Pedro Sánchez ni sus antecesores eligieron nunca mantener una hostilidad con La Zarzuela, sino lo contrario. E incluyo en esta apreciación a los tres presidentes del Ejecutivo socialista; sí, también a Sánchez, a quien, insensatamente, se le ha querido presentar como un instigador de no sé qué fórmulas republicanas. Si Sánchez hubiese querido hacer caso en este apartado a algunos de sus socios parlamentarios, la Monarquía ya hubiese caído en favor de la República. Pero ni ha querido ni, me parece, ha sentido nunca tal tentación, que, por otro lado, lo hubiese liquidado políticamente.

En cuanto a Leonor de Borbón, sobre quien algunos corresponsales y diplomáticos extranjeros me preguntan a veces si creo que va a reinar, pienso que su figura encarna hoy uno de los escasos signos que tenemos de que lo previsible, dentro de una normalidad constitucional cada vez más enrarecida, probablemente acabará cumpliéndose. La nueva guardiamarina, antes cadete y antes estudiante en un colegio galés, gusta, tengo la impresión, al español medio, que nunca tendrá que votarla, pero sí que apoyarla. Esa joven enfila a partir de ahora un rumbo que para ella será difícil, pero que tengo la impresión de que lo afrontará con la calma imperturbable heredada de su padre. O, al menos, eso es lo que parece.

Pienso que el mantenimiento de la actual forma del Estado ha recibido un respaldo sustancial con la figura de Leonor de Borbón, y ya digo que para nada comparto esas lisonjas almibaradas y cortesanas que leo/veo en algunas crónicas. Es tremenda la responsabilidad que está cayendo sobre los hombros de esta mujer que no ha cumplido aún los diecinueve, sobre cuya vida privada, aficiones y creencias nos dejan saber muy poco (yo entrevisté a Felipe de Borbón cuando cumplió los dieciocho años; pero la madre de Leonor, periodista y reina, mantiene alejada a sus hijas del fru-frú mediático, lo que no creo que sea necesariamente bueno).

Más bien me parece que sería conveniente que los españoles conozcan algo más a quien está destinada a reinar en el país; de momento, enamora a las portadas, con su uniforme blanco, elegante, un pelín estrecho. Pero ha llegado el momento de pasar de las crónicas del ‘papel couché’ a las páginas de la política dura. Leonor sorteó bien su primer envite, el de la proclamación como princesa de Asturias, y ha jugado un papel discreto, no siempre suficiente, en sus primeros discursos, que le han fabricado quizá demasiado rígidos. Solo falta todo lo demás. Al menos, en Cataluña la recibirán ahora como es debido, lo mismo que a su padre. Es un paso adelante. Este jueves fue un buen día para Felipe VI. Y para la confío que futura Leonor I.

Menos mal que, en sus desvíos de esa solidez institucional que debería exigirse a todo jefe de Gobierno, ni Sánchez ni sus antecesores eligieron nunca mantener una hostilidad con La Zarzuela, sino lo contrario
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