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LA SEMANA POLÍTICA QUE EMPIEZA Francisco Muro de Íscar

El arte de hacer callar al disidente

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Lo que nadie puede negar a Pedro Sánchez es su capacidad estratégica. Adelantar el Congreso Federal es una jugada maestra y convocar el Comité Federal el próximo sábado es la antesala del golpe. Lo que en estos momentos preocupa a los disminuidos barones socialistas —no sólo por la pérdida de poder autonómico sino por la falta de democracia interna en el partido y la incapacidad de plantear una alternativa a Sánchez— es cómo pueden vender a sus votantes que al tragar la financiación «singular» para Cataluña, un privilegio que consagra la desigualdad —nada más opuesto al ideario socialista— sus territorios van a recibir menos fondos públicos y los servicios públicos esenciales no podrán ser sostenidos como hasta ahora.

La consagración de las dos Españas —la rica, la diferente, la de los privilegios estará en Cataluña, el País Vasco y Navarra— instaurará la desigualdad entre los ciudadanos según donde hayan nacido o residan.

Y, además, eso es solo el principio: cada vez que Sánchez necesite los votos de sus aliados para aprobar los Presupuestos, misión casi imposible, o para cualquier proyecto de ley, tendrá que dar más a unos pocos a costa de quitar más a la mayoría. Todo por mantenerse en el poder.

Así que el objetivo básico es eliminar la mínima disidencia interna en el partido, callar las críticas y laminar a los disidentes. La maquinaria del PSOE, absolutamente en manos de Sánchez y de sus acólitos en Madrid, con el apoyo absoluto de algunas federaciones como la navarra, la vasca o la catalana, por la cuenta que les tiene, maneja la llave de las listas. Por eso vamos a asistir a una serie de movimiento en los que el objetivo es acabar con los que alzan la voz y echar o debilitar a Lambán, a Page, a Tudanca, a Espadas y a Lobato que parecen los únicos dispuestos a alzar la voz, aunque no los votos, contra el desaguisado que está en marcha. O poder o muerte. Y Sánchez no está dispuesto a soltar el poder aunque seguramente sabe que su final, más pronto que tarde va a llevar consigo la noche más oscura del Partido Socialista.

La ineficiencia manifiesta de los controles al Ejecutivo —el Parlamento, la Fiscalía, el Tribunal Constitucional, ahora el Tribunal de Cuentas, el Consejo de Transparencia, la Conferencia de Presidentes, el Poder Judicial incapaz siquiera del mínimo consenso, etc.— es idéntica a la falta de mecanismos reales de los militantes y de los cargos socialistas para ejercer la democracia interna en el partido. Y eso se va a agravar porque todos van a saber que, como decía Alfonso Guerra, el que se mueva no sale en la foto, no va a estar en las listas que impondrá Ferraz con mano de hierro. Perderá su puesto de trabajo, buenos salarios garantizados y tendrá que salir a buscar trabajo a la calle como cualquier ciudadano. Con el frío que hace fuera.

Prometerá lo que sea necesario, aunque no lo vaya a cumplir. Se rodeará de los más dóciles y menos capaces. No tendrá rival. Nadie como Sánchez maneja el arte de atacar la separación de poderes, bordear el Estado de Derecho y hacer callar al disidente, de poner en marcha campañas de difamación contra los socialistas que se atreven a criticarle, aunque le siguen votando, contra los que piensan en el bien general pero siguen defendiendo a quien sólo busca el bien personal. Incluso aunque eso signifique el final del PSOE y, tal vez, del régimen constitucional del 78. No lo tiene fácil porque está instalado en la precariedad más absoluta, pero que nadie dude de que es capaz de lo que sea. Hasta de matar al padre, es decir al PSOE, para seguir en el poder. Al menos hasta que los suyos, también sus votantes, se lo permitan.