TRIBUNA
Pesadez canicular y el llamado infierno
Grave sería que tuviéramos que hablar de postureo ante la posición defensiva eclesial por los abusos. Me refiero a los sexuales, y en ¡especial afectando a menores!, actos que están relacionados con la piedra atada al cuello, recogido en la letra evangélica para quien escandalizare a un menor. Lo citó el Maestro, y suena muy fuerte precisamente en boca de quien tenía capacidad inmensa para el perdón. Lo cual viene a darnos idea de la gravedad que otorgaba a estos actos. ¿O no era así?
Evidentemente voy por libre en la consideración de lo anterior, con sencillez extrema, no sin raciocinio, añadiendo no obstante que creo oportuno asegurar que no trato de tomarlo al pie de la letra, sino que, mediante la cita o «el pasaje», lo pretendido es dejar marcada la profundidad otorgada a tales actos.
Hoy, en estos momentos, se está hablando del plan de la Iglesia católica para indemnizar a las víctimas de la pederastia clerical, ¡ya reconocida! pero que según vamos leyendo o escuchando, quieren llevarlo «a su manera». El Gobierno discrepa, entendiendo que nada mejor que disculparse ante las víctimas, al tiempo que se organiza un buen sistema de reparación. Esto, la reparación del daño, no ha de tener recovecos; quien busca subterfugios, o embota el sentimiento de la religiosidad, ésta que en los católicos es amor y compromiso, tal parece que está buscando una burda forma de abstracción. En tanto entran en las negociaciones las altas jerarquías, que categorizan para difuminar situaciones, incluso transitando por vericuetos legalistas
Creo más que oportuno, necesario, dejar escrito que mi postura de creyente católico hoy, es de flojedad manifiesta, no practicante como sí lo fue en algún tiempo, precisamente cuando las prédicas eran de exigencia contundente, atemorizadoras, preludios de todos tipo de temores de castigo, de modo especial cuando insistían, con precisión redundante, en el sexto mandamiento
Esto que sobre mí aporto, puede considerarse como accesorio, ¡y lo es!, pero por ello añado que intento contemplar todo a través de un prisma común, de modo especial lo de la predicación verbal, que, sin ir acompañada del ejemplo, apenas si podría llegar al «aprobado» el orador encrespado.
Otro apunte antes de entrar en la materia sobre lo que hoy elucubro, relativo al comportamiento no muy antaño de la jerarquía eclesial española, durante la dictadura franquista, para decir que como tantos otros, la vi alineada con el dictador, acomodándose a sus deseos, evitando enfados que supusieran perjuicios de toda índole para el clero, incluidos los económicos. Un «nadar y salvar la ropa», algo así como un acompasarse al discurrir del régimen. Pero había otros comportamientos más difíciles de encajar, sin sobresalto entonces, y hoy de pleno rechazo, los del boato y acogimiento al dictador, con el imperante gesto de llevarlo bajo palio.
Entremos en el hoy. Ya no hay dictador, y lo del palio vamos a dejarlo, recordando que otros son los jerarcas eclesiales que están «negociando» con el gobierno, muy distinto, la asunción de un sistema de indemnizaciones para las personas afectadas por abusos cometidos por miembros de la iglesia católica, ya curas, ya frailes…, lo han catalogado de «obligatorio y efectivo». Y pregunto, ¿para el «afectador» qué?
Tiempo atrás leí, supongo que seguirán en lo mismo, aquello de evitar que se aplique y caiga sobre el sensual y abusador personaje de turno, el peso de la ley, digamos humana, algo que a los jefes clericales parece no gustarles demasiado, y hasta lo tratan de eludir; un huidizo comportamiento. En orden a lo religioso peca, y dicho coloquialmente, ¡en gordo! (recordemos lo del cuello y la piedra) ahí «juzgan ellos», y luego en el más allá, con todo respeto, ¡ya veremos!
La Iglesia española celosa de sus movimientos, siempre ve injerencias en su rumbo. Dicen que hay presiones a través de los obispos y lo que éstos representan, pues, socialmente, o entre la feligresía, son quienes han de estar en el plan articulado de reparación, ése que los afectados, consideran corto, o que peca, y nunca mejor dicho, ¡de insuficiente!
La jefes de Iglesia española, en este caso, reconocen el daño, que no es poco dada su cerrazón, pero no quieren intromisiones, nada de controles, a ser posible que no sepa «la mano izquierda, lo que hace la derecha»; mas, tal cosa, no es aplicable en este caso. Nada de lavar en lavandería ajena, esto es en los juzgados públicos; ¡en la de casa!, y con detergente que no haga espuma. Lo que viene a ser indemnizaciones a su medida, pues ya tienen, y les vale, y les sobra, una comisión asesora denominada con el acrónimo Priva, vamos que se parece mucho a interés privado. Acaso ¿menguar y opacar?
Los pasos dados por la cúspide eclesial no satisfacen ni al Ejecutivo ni a las asociaciones de damnificados en estos asuntos quienes los consideran «dolorosos», y entienden que están manejando un rasero muy peculiar para «medir».
Se está hablando de compensaciones económicas, a lo que hay que añadir sufragar los gastos por asistencias médicas, sin duda debidas a dolencias psicosomáticas, dados los efectos depresivos o de ansiedad forzada en los «depredados». De todos los modos no es cuestión de actuaciones cicateras en dedicaciones dinerarias.
Personalmente creo que no vale el dinero proveniente de limosnas. Pues sería bastante extraño enjugar las faltas con dineros ajenos, aunque al acto de «entrega compensatoria» le quieran colocar la vitola de restauración.
Entiendo y digo con toda prudencia, que las «supuestas jofainas de Pilatos» no valen. ¡Sí, la limpieza a raudales! O el tufillo de azufre, estará diciendo otra cosa.