Anacronismos autonómicos
No se es bígamo por casarse con dos mujeres, sino por hacerlo al mismo tiempo. No se es asesino en serie por matar a mucha gente, sino por hacerlo escalonadamente. Contemporaneidad y reincidencia, respectivamente, definen judicialmente la bigamia y la psicopatía asesina. La importancia de lo temporal es lo que define la figura criminal y hasta el tipo de delito en algunas ocasiones, como acabamos de ver. Pues un poco lo mismo ocurre cuando evaluamos un hecho del pasado con los criterios o valores morales actuales, ignorando los de su siglo: estamos cometiendo un grueso error por una equivocada aplicación de criterios temporales. La evolución moral no es retrospectiva, y nuestra valoración peca entonces de anacrónica.
El anacronismo, en fin, es algo más que ese reloj de cuarzo que sale en la muñeca de un figurante en una película de romanos. Cualquier descontextualización, toda cosa puesta fuera de su época y sociedad, también las ideas y los juicios de valor apresurados, resulta un anacronismo. Poner en valor los valores de la Historia, cuando las Humanidades están abandonadas en nuestro sistema educativo, es tarea que se antoja ímproba, imposible en un futuro próximo: si ahora tiene hándicap, en un par de generaciones será mejor hablar de los primeros hombres y de los ándalos y su culto a los Siete Dioses para tratar de explicar algo de su propio pasado a los muchachos. Pero intentar poner en hora algún anacronismo local y menor acaso merezca aún la pena, aunque el reloj después atrase.
El leonesismo, por ejemplo, en algunas ocasiones cae en susodicha incoherencia. Tan histórico —esto ya lo explicó el desaparecido medievalista Carlos Estepa y lo lapidaron— es el día de la coronación de García I como la jornada en que se aprobaron las autonomías diseñadas por Martín Villa, aunque nos guste menos. El castellanismo tampoco es ajeno a tan común error, por ejemplo, cuando hace una única compota medieval de lo que fueron dos reinos no sólo separados sino casi siempre enfrentados. Arrimar el ascua a la propia sardina es una característica propia de esas formas de militancia que son los «ismos». Sus anacronismos son opuestos, pero parientes por la ceguera: la de comprender lo que fue y ya dejó de ser, uno, y lo que jamás ocurrió, el otro. Los sentimientos, eso sí —jamás los cuestionaremos—, nunca son anacrónicos. Siempre son del día, como el pan y las opiniones de los politólogos.