Aporrea, hasta que empieces a escribir
Un periódico de tirada nacional en el que trabajaba un amigo, vendía un treinta por ciento más de ejemplares los lunes cuando los domingos ganaba el Madrid. Y hasta aquí, todo lo que era necesario comprender de la objetividad moldeada por sujetos que algunos días andan como putas por rastrojo en esa tienda que vende las palabras del color que las quiere el público. Cada verano, se comparte tarea en esta redacción con chavales que vienen atraídos por el néctar amargo que dulcifica la vida. Veranos que son escuelas, mientras se termina por desnudar del todo del vestido transparente el cuerpo mitificado que suele acompañar al periodismo. Una tarde basta para desmontar toda la liturgia que rodea al invento. Un instante, desde el momento en el que se asume que un periódico consta siempre de un mismo número de palabras, con noticias o sin ellas. Tú, aporrea, hasta que empieces a escribir. Ni lo suponían, pero estos potros dieron los primeros pasos para terminar como Jack Lemmon en Primera Plana, cuando empieza a deleitarse ante el teclado por lo que le acaba de surgir sobre la tocata y fuga del pobre diablo de Earl Williams: esto es lo mejor que me ha pasado en la vida. Ah, pensé que era yo. No hablo en ese sentido cariño. En esta escuela, se pasan las clases en nada desde la primera vez que te dejan la tiza en la repisa del encerado hasta que te sorprende Susan Sarandon, con un desengañado tú no quieres dejar esto, lo llevas muy dentro... y, Lemmon... ahora no, cariño, que estoy inspirado. El teclado de Primera Plana, de Wilder, ahuma el escenario del periodismo hasta convertir en drogodependientes a quienes se acercan con el respeto del que sólo quiere probar, la puntita, nada más. A esta hora de septiembre, de vuelta a la teoría, esos guajes que bailaron con la fantasía de sopa de letras a cuerpo 80 ya saben que la literatura es el arte de escribir algo que se puede leer dos veces; y el periodismo, algo que se lee de una vez. Que el periodismo es cuando murió alguien que no sabías que estaba vivo. La mejor hornada de prácticas en muchos veranos de este periódico se va convencida de que todos los periodistas están sonajas. Pero que siempre les saldrá más a cuenta ser periodistas que trabajar.