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La historia de la humanidad es la historia de dos hermanos, o dos hermanas, que se odian. Desde la leyenda de Caín y Abel hasta las trifulcas de Liam y Noel Gallagher en la banda de rock Oasis; desde el desdén que sentían la una por la otra las actrices de Hollywood Olivia de Havilland (que actuó en Lo que el viento se llevó ) y Joan Fontaine (que usaba otro apellido y también ganó el Oscar); hasta el caso más anónimo, hasta ahora, de Antonina y Purificación, las dos últimas vecinas de Palacios de Compludo antes de que el pueblo situado en la montaña de Ponferrada quedara abandonado en los años ochenta.

Antonina y Purificación no se hablaban, pero se ayudaban, me cuenta Miguel Rancaño, el presidente del grupo conservacionista Tyto Alba, que en los años noventa, antes de que Palacios de Compludo cayera víctima de la especulación inmobiliaria, se mudó a la aldea y durante cuatro años vivió allí sin luz eléctrica.

Cerca de los pájaros.

Palacios parece un paraíso. Desde 1999 es Reserva Ornitológica y se han contabilizado hasta 75 especies diferentes de aves; desde el águila real al halcón peregrino, del trepador azul al carbachuelo. La asociación vecinal que Tyto Alba creó junto a los antiguos habitantes logró repoblar el monte después de que la aldea estuviera a punto de desaparecer devorada por un incendio forestal. Y hoy, prácticamente todo el caserío está restaurado de una forma respetuosa gracias a la colaboración de Arquitectos sin Fronteras.

Pero en Palacios también ha crecido la semilla de la discordia, reconoce Rancaño. Los antiguos residentes han tenido sus más y sus menos. Tyto Alba se ha enfrentado a más de un cazador. Y en la propia asociación ha habido divisiones. En Palacios viven hoy tres vecinos todo el año. Dos se llevan bien. Y el tercero no se habla con ellos.

Rancaño, medio en broma, medio en serio, dice que tanto odio fraternal viene del pan negro, el pan de centeno que comían antes en los pueblos, contaminado por el cornezuelo, un parásito que genera ácido lisérgico y provoca alucinaciones. Pero no creo que los Gallagher comieran pan negro. Ni las hermanas De Havilland. Será que la miga más venenosa la llevamos todos, y todas, en nuestras cabezas. Y por eso no hemos dejado nunca de odiarnos.