Diario de León

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Esa mujer que te mira de frente es Gisèle Pélicot. La mujer que fue violada mediante sumisión química en un macabro ritual que perpetró su marido durante diez años. Esa mujer que te mira de frente, tan solo protegida por el leve filtro de unas gafas de sol, es la imagen aumentada de las supervivientes de la violencia sexual y de género. Es la mujer que pidió abrir las puertas del tribunal penal de Aviñón para que el mundo supiera que allí dentro hay 51 hombres y su marido, normales y corrientes, acusados de violarla entre una y seis veces cada uno.

El caso Pélicot ha dado una vuelta de tuerca al movimiento que desde la eclosión del #MeToo ha destapado la gran caja de pandora de los delitos sexuales. La mujer tomó la decisión de mirar al mundo y decir, miradme, de forma consciente para que la vergüenza caiga sobre los acusados y que su caso sirva para que otras mujeres no pasen por lo mismo. El caso Pélicot es un paradigma de lo que la sociedad no acaba de ver sobre los delitos sexuales.

Uno: la mayoría se cometen en el ámbito familiar. Ocurre sobre todo con las niñas y los niños. Aquí tenemos un marido ‘genial’ que es un proxeneta y además a un padre ‘respetable’ que retrataba desnuda a su hija cuando era pequeña, como descubrieron los investigadores en una carpeta.

Dos: no hay un perfil de violador, como tampoco lo hay de asesino machista. El señor Pélicot es francés de pura cepa, nada de extranjero. Y los respetables violadores se desempeñan profesionalmente como bomberos, periodistas, funcionarios de prisiones o, simplemente, están jubilados. Padres, maridos e incluso abuelos ejemplares pagaron por violar con el ‘aliciente’ de que la mujer no se enteraba, aunque ahora digan que creían que fingía que no se enteraba.

Giséle Pélicot ha sufrido la devastación de su cuerpo y ha visto cómo su mundo, 50 años de un matrimonio «basado en la confianza» con tres hijos y tres nietos, se venía abajo con un cataclismo. Y ha decidido poner su cuerpo, su rostro, su voluntad, en el centro de la noticia para recuperar la dignidad. Intentar levantarse y recomponerse. «Soy como un boxeador que se cae y se levanta cada vez», dijo en la vista.

A los acusados no les hemos visto la cara. Ni Charlie Hebdó se ha atrevido a caricaturizarlos. No, la revista satírica francesa de culto se ha mofado de la múltiple violación. Ellos son hombres normales y corrientes escondidos tras el derecho a la intimidad y la protección de la fratría mediática, que sigue sin señalarlos. Tan normales y corrientes como los que van a los burdeles a violar a mujeres porque pueden. Y no pasa nada. Por eso la cultura de la violación no se podrá desmontar mientras no se desmantelen dos negocios brutales. Prostitución y pornografía.

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