Sentarse o no sentarse con Sánchez
Resulta a veces difícil comprender a este país de charanga, donde lo que importa es lo superficial. La polémica ahora parece centrarse en si la oposición debe o no sentarse con Pedro Sánchez a negociar lo que Pedro Sánchez quiera darle, si es que, primero, quiere llamarles y, segundo, si está dispuesto a ofrecer a todos los territorios, ‘barón’ a ‘barón’, unas dádivas tan generosas como las que pivotan sobre Cataluña. Eso nadie lo sabe, quizá ni el propio Sánchez, que ya está lejos, en China, de todas esas disquisiciones terrenales.
El debate que la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, abrió en su propio partido al pedir a sus correligionarios en las baronías de otras autonomías que no vayan a dialogar con Sánchez me parece esperpéntico, la verdad. Primero, porque Sánchez, que no es un maestro del diálogo transversal precisamente, no les ha llamado todavía. Y segundo, que, si el presidente del Gobierno de tu país, por un azar, te llama, por principio tienes que acudir, faltaría más.
Creo que, al final, se impuso, en el lado del PP, la cordura, capitaneada por el presidente andaluz, Juanma Moreno, y por un Feijóo inicialmente, creo, titubeante, y decidieron acudir, supongo que de uno en uno y con el carnet en la boca, a la llamadadel inquilino y señor de La Moncloa. Si acuden, de ninguna manera lo harán, por orden de la presidencia del partido, para hablar de financiación autonómica, que es lo que está en juego. ¿Tampoco, por tanto, se puede hablar de la financiación catalana, o eso sí?
Así va esta política nuestra: con el amo del palacio monclovita cerrando sus puerta, hasta ahora al menos, a la saludable brisa exterior y con vetos temáticos, o sea una cierta censura, en la otra parte. Y los ‘barones’ del PP, tragando, lo mismo que, consuélense, tragan los miembros del comité federal del PSOE. Que, salvo las tres excepciones de siempre, ni a su almohada federal se atreven a expresarle sus recelos ante ese pacto que todos saben inicuo, chantajista, inconstitucional e incumplible. No, de eso tampoco se habla en el comité federal socialista, equiparable en mudeces mohínas a la ‘cumbre’ del PP con sus barones.
País de silencios sobre las cuestiones de fondo y de jarana en lo superficial. Así, y hasta que todos puedan sentarse con todos y hablar de lo que les dé la gana, porque, como dijo el Rey Juan Carlos en ocasión memorable, «hablando se entiende la gente», no haremos nada. No ir, o ir con el hacha de guerra, a una cita en La Moncloa es un error casi —casi-tan grave como creerse el dueño de esa Moncloa y no llamar allí nada más que a los propios, a los deportistas de éxito para hacerse una foto con ellos o a los dignatarios y colegas extranjeros para hacer declaraciones institucionales conjuntas, preferentemente sin preguntas, o con preguntas tasadas, de los periodistas.
A ver si el nuevo super-jefe de Gabinete, ese que dice que piensa en cómo será España en 2050, pero no dice nada sobre la España de 2025, echa un poco de ese aceite mágico lubricante —cuya marca, conocida, no cito-en los goznes de la verja inexpugnable, para que al menos el muro deje pasar alguna luz. Veremos en qué paran esos anuncios de que la puerta se entornará, al menos para los líderes autonómicos, incluyendo a —o empezando por-los del PP.
Y, mientras, a retratarse con Ping, cosa que, que conste, me parece muy bien, y que sin duda es más grato para el presidente que forzar ante las cámaras un apretón de manos con Feijoo a las puertas de La Moncloa. Que no lo hacen por mucho que una democracia sana reclame, además de llevarse bien con la incómoda China, todas esas cosas, como que el jefe del Gobierno se entreviste periódicamente con el líder de la oposición. Y que lo haga con tanta frecuencia, al menos, como con Xi, que, a la hora de sentarse a charlar con Sánchez, gana a Feijoo por tres a cero, si mis cálculos no fallan.