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Que resulta más fácil engañar a alguien que convencerle de que ha sido engañado es una reflexión que hizo Mark Twain en su día, con la mente puesta en los leoneses. Nada es peor a que te cojan la matrícula; digo coger, como el coger de toda la vida del léxico de aquí, inmune aún a ese doble sentido contagioso que se expande del coger de los argentinos, grandes cogedores, por otra parte. A veces imagino a Twain debajo del puente del embalse del valle del Luna, dado en llamar con el asiento del registro civil de un tipo que era un poco del PSOE, porque de otra forma no se empeñarían tanto en llamarlo así. El día que se enteren de la historia, de cómo fue, que no tiene nada que ver con el relato, igual se cepillan los rótulos de la estación Clara Campoamor. Twain era un jefe, un adelantado a su tiempo. Hacen falta ejércitos de Twains en León, diseminados por los valles de cabecera, y que se expandan por la obra y gracia que esparció al cangrejo americano que secó los ríos y regueros de aquella aspiración tan leonesa de echar el ratel y entornar el barco para poder subirlo. Twain sentado en ese recodo que deja el Esla por encima de Las Salas, muy por encima de las Salas, que es el monolito de la colonización consentida, a la sombra de un abedul que los iluminati iban a confundir con la esquina de un hayedo, mientras el oso se marca unos largos en lo que le da para bracear el vaso del embalse, en ese vallejo que serena la vida con el ritmo de la siesta, de la solana al abesedo, y vuelta. Aquí alguien engañó a alguien, mascullaría Twain, observador irredento, de lo que deja pasar la entraña, de lo que criba el espíritu hasta aflorar en la piel. En las elecciones, hay que buscar en las listas a alguien que se parezca a Twain, con ese bigote poblado que le caracteriza en los retratos; los retratos son una versión más fiable que las fotos. Las fotos roban el alma es uno de los principios fundacionales de esta cuenta, donde se banca a septiembre, porque liquida a agosto y pone a los venados a la altura que les corresponde en el anuario. Pues ahí estaba Mark Twain, mientras los osos se abrasaban en incendios y eran evacuados a la unidad de quemados de Valladolid. Osos que nadan a espalda en las Rozas. Y leoneses que se rascan la cartera para ver al oso de las tres, en la vertiente asturiana de Leitariegos. Jojó.