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Seguridad y derechos humanos

Arturo Pereira

Una de terror

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Se han instalado entre nosotros como una neblina al estilo de Stephen King, sensaciones que no sabemos muy bien porque sentimos, pero que nos condicionan. Es algo extraño, difícil de explicar y mucho más de entender. Quizás sea debido a que nos encontremos en uno de esos momentos históricos en los que la humanidad afronta un final de ciclo.

Generalmente, los ciclos cuando llegan a su fin, se ven sustituidos por el inicio de otro nuevo ciclo. Pero, en este caso, parece como si nos encontráramos frente a una irrealidad que ha roto abruptamente con el pasado, haciendo su aparición una niebla que lo rodea todo y nos impide ver más allá de nuestro cuerpo. Además lo que surge de la niebla no lo entendemos y lo vemos como una amenaza.

Pareciera que hemos quedado suspendidos en la nada, vagando erráticamente, guiados solo por el desconcierto y el miedo. No hay un nuevo horizonte que sustituya nuestro pasado de confort, no se ha producido una transición normal y sin sobresaltos de cambio de ciclo.

Creo que nadie está en condiciones de afirmar de dónde surgió la niebla. Pero sí que podemos afirmar con un mínimo de certeza que los sustos y temores que surgen de ella son eminentemente personales. A cada uno de nosotros nos obsequia con nuestros propios fantasmas.

Hablar de fantasmas nos lleva al mundo del terror gótico y su complejidad moral, al subconsciente colectivo. A muchos les produce pánico el hecho de ver nuestra sociedad en peligro de extinción. No es una visión de una aterradora distopía lo que les inquieta, sino la desaparición del mundo tal y cómo lo conocían hasta ahora unido a la imposibilidad de vislumbrar el que lo sustituirá.

Aquellos que ven el choque de civilizaciones como algo cierto y un peligro para la supervivencia de la civilización perdedora, intentan por todos los medios establecer barreras a la interculturalidad y en consecuencia al nacimiento de nuevas culturas. Culturas que están por definir y no sé si seremos capaces de conceptualizar, al menos en un futuro inmediato.

Si miramos al pasado, Europa ha sido un ir y venir de pueblos y razas. De hecho es un mosaico de todos ellos. Pero, tiene o tenía al menos, una base común identitaria basada en la cultura clásica y el cristianismo aderezada con ciertos matices judíos propios de ser el basamento del cristianismo. Esto, ha hecho de ella uno de los mayores espacios de bienestar y progreso de la humanidad.

Hoy, al ver tantas razas, culturas diferentes en el suelo europeo, se perciben como una amenaza a estas raíces. Como si se tratara de un disolvente que borrara poco a poco la esencia europea. Tragada por la infame niebla que nadie puede explicar.

Muchos se preguntan cómo es posible que ya no se vean apenas nativos en las grandes ciudades europeas, sino una mixtura de colores que nadie puede ya identificar. Ya no hay unos valores firmes, tradicionales, se repite una y otra vez. Quizás tengan razón, pero no creo que esa ausencia de pérdida de raíces y valores se deba a la policromía social.

Creo que se debe a que hemos deliberadamente apartado de nosotros lo que más nos define, nuestras creencias en todos los sentidos. Para unos serán religiosas, para otros morales, pero lo cierto es que definieron nuestra historia.

Yo creo que sí que tenemos algo muy fuerte que nos une con los que vienen de fuera, aunque sean unos radicales e integristas. Es el culto a lo material, al dinero. En esto todos estamos de acuerdo por muy cínico que se sea. Quizás las nuevas sociedades del futuro no tengan Estados, sino que nuestras fronteras vendrán determinadas por lo ricos que seamos. Tendremos que empezar a pensar que quizás el origen de la niebla esté en nuestro interior.

Pareciera que hemos quedado suspendidos en la nada