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EL RINCÓN
Pío García

Revueltas y hormigueros

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Esta semana me hubiera gustado mucho tener un audímetro instalado en mi televisor. Qué placer jupiterino, qué omnipotencia, qué insólita potestad. Juguetearía con el mando a distancia y pulsaría a veces el 1 y a veces el 3, pasando de Victoria Federica al surfero ciego con el gesto aburrido de un señor feudal al que tratan de divertir dos juglares acojonados. Como si fuera un Cristo románico, hierático y terrible, acabaría pesando en mi balanza las almas de Pablo Motos y de David Broncano hasta decidir cuál de las dos arrojo con severidad a los demonios del ‘prime time’. El pobre Latre ya está ardiendo ahí abajo.

Como no tengo aparato medidor, mi entusiasmo por el duelo televisivo de la semana decayó muy pronto. El miércoles por la noche, Broncano llevó a dos tipos interesantes para no preguntarles nada y Motos, a cuatro fulanos sin ningún interés para preguntarles chorradas. Yo acabé, como es lógico, viendo First Dates . Me sentí disidente e iconoclasta, vagamente centrista, como poseído por el espíritu del primer Ciudadanos. Confirmé, además, que First Dates es el único programa abiertamente filosófico de la parrilla: basta con verlo durante unos minutos para formularse acuciantes preguntas sobre la decadencia del ser a partir de los 40 y para comprobar que, diga lo que diga la física cuántica, hay campos, como el cuerpo humano, en los que la ley de la gravedad newtoniana se verifica con un rigor inapelable. Pero también hay mensajes edificantes. En esta época de extrema polarización social, el miércoles fue al programa un chaval catalán independentista al que le ponían mucho las de Vox. Eran, dijo, «su fetiche». Inexplicablemente, seguía virgen.