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EL MIRADOR
Antonio Soler

La noche de los tiempos

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Avanzan el uno hacia el otro caminando por en medio de la calle. A lo lejos se levanta una leve nubecilla de polvo al tiempo que suena una melodía de Morricone y la cámara enfoca de forma alternativa y en primerísimo plano los ojos de uno y otro pistolero. El sheriff Pablo Motos y el forastero David Broncano. Se disparan las audiencias. Motos cae herido y Broncano, rápido en desenfundar y certero en el disparo, sopla el cañón del revólver justiciero. Así nos están contando, más o menos, el duelo televisivo entre el bueno y el malo (aplicando cada cual la bondad y la maldad allá donde su gusto de televidente y su ideología política le cuadren). Porque detrás del espectáculo está la papeleta, el voto. El filomarxismo o el liberalismo a ultranza midiéndose en el ser o no ser del ‘share’.

La cuota de pantalla vendida como la savia que alimenta nuestro organismo social. En el establo donde pacen los cansados caballos, yace Carlos Latre con su difunto ‘Babylon Show’ herido por el fuego cruzado. Tiene el cuerpo cargado de plomo y ni siquiera el médico borracho del pueblo se ha dignado ir a hacerle una inútil cura de urgencia. El doctor está en el salón, compartiendo barra y cancán con el Gran Wayoming, que en medio del tiroteo se ha refugiado en el establecimiento de vida alegre donde moran sus fieles y un pianista teclea viejas canciones mientras escupe chistes que a veces dan en la diana y otras caen en una escupidera abollada.

Que España ha cambiado da fe la televisión. La vieja caja tonta es ahora un fino rectángulo de plasma donde se dilucida la democracia a golpe de entrevistas, bombo, hormigas parlanchinas de goma espuma y un bidé en el que sientan al malo de la noche. Qué lejos no ya aquel blanco y negro de la televisión única y del mensaje único y católico-marcial con sabor a No-Do, sino los balbuceos de las primeras cadenas privadas. Broncano hace ahora metatelevisión. En su primer programa ponía como protagonista a la propia gestación del programa y él y los invitados hacían comentarios sobre el otro contendiente del duelo. Los colaboradores, a su vez, enjuician el programa, que sigue siendo «una mierda». Una mierda en el término puramente teatral, es decir, un elemento de suerte y fortuna. Y ahí sigue el duelo al sol, al resplandor que emite la geometría de la pantalla. Pedro Sánchez contra el mal. Los conservadores contra el sanchismo. El plomo silbando por los salones de la España televidente y las páginas de los periódicos asistiendo al pulso entre unos pistoleros interpuestos como si fueran los verdaderos representantes del pueblo y hubieran surgido del corazón mismo de las urnas.