Lealtad o cainismo
¿Tiene arreglo esta forma de hacer política? Más aún, ¿tiene arreglo esta forma de convivencia social en la que nos movemos? Hasta la rivalidad entre dos programas de televisión —Broncano vs Motos— lo convertimos en una manera de dividir, de enfrentar, de oponer dos concepciones irreconciliables de la vida. Somos muchos los que estamos preocupados por esta forma de buscar la polarización de la sociedad en lugar de perseguir aquello que nos une y nos puede hacer más fuertes. En ese terreno, algunos ganan, pero perdemos casi todos.
Alguien escribía hace poco, en relación con esa federalización forzada y anticonstitucional a la que nos quiere llevar Pedro Sánchez, que esa visión exige la reforma del Senado e incluir el principio de «lealtad federal» entre el Estado y las comunidades autónomas. No deja de ser una falacia porque ni España es un Estado federal —eso exigiría reformar la Constitución— ni es posible una relación de igual a igual entre las comunidades autónomas y el Estado, porque no son realidades institucionales iguales. Lo que hay que exigir es lealtad. Y punto.
La actriz Verónica Echegui, que protagoniza una muy interesante película, Justicia Artificial en la que los jueces son sustituidos por inteligencia artificial —agilizaría la justicia, sería más barata, más rápida, ¿más objetiva?—, apunta una idea que merece ser reflexionada: «somos nosotros quienes estamos aceptando que otros rijan nuestras vidas». Detrás de la IA, detrás de muchos programas de televisión, detrás de una justicia regida por algoritmo, detrás de la política, hay personas que programan, manejan y orientan nuestras vidas. Y nosotros nos comemos lo que nos echan sin masticar. Somos carne de cañón y los que nos gobiernan, no sólo políticamente, lo saben y ganan terreno. ¿Se puede hacer algo desde nuestra pequeñez?
El escritor Amor Towles afirma que «esa suma de pequeños individuos haciendo pequeñas cositas que eran marginalmente inmorales acabó detonando la crisis. Ninguno se paraba a ver las implicaciones morales de lo que estaban haciendo, qué podría pasar a largo plazo, si estaba bien o no vender tal o cual producto financiero». Pero lo hicieron con el silencio o la mirada hacia otro lado mientras llenaban sus bolsillos de todos los que sabían que eso estaba mal y que podría tener consecuencias muy duras para la población, especialmente, para los más desfavorecidos, los menos preparados. Cuanto mayor es el silencio de todos, más fácil lo tienen políticos, creadores de contenidos, programadores de inteligencia artificial, psicópatas con poder y sin escrúpulos. Por eso, lo que está en peligro hoy es la democracia construida no desde una lealtad con apellidos —federal, partidista, interesada— sino una lealtad a los ciudadanos, a los seres humanos, al bien común.
Leo en un semanal los rasgos que caracterizan a un psicópata y pongo nombres inmediatamente: «Están encantados de conocerse, ignoran al contrario y saben sacar ventaja siempre, no duda en mentir, sólo sienten aprecio por sí mismos, su desdén va acompañado de abusos verbales y emocionales, da miedo contrariarles, rechazan su frustración con ira, viven a tu costa y su ego está siempre en el centro de todo lo que hacen y dicen». ¿Jugamos a identificarlos? Sólo entienden la lealtad para con ellos mismos. Sólo ven la corrupción en los otros. No les interesa el bien común. Somos nosotros los que aceptamos entrar en su juego y que dirijan nuestras vidas hacia el enfrentamiento sin rebelarnos y apostar por líderes responsables y respetuosos con la libertad. Tenemos que abrir caminos y tender puentes para el debate serio, la negociación, la convivencia y la tolerancia. Cada uno en lo que pueda, cada uno donde esté. Sin callar ante el cainismo. Y tenemos que hacerlo aunque parezca que sólo podemos ser una gota de agua en el océano.