Cerrar

Creado:

Actualizado:

Las conjeturas son libres, a la espera de que nuestro servicio exterior tenga ciencia propia sobre la situación de los dos ciudadanos españoles detenidos en Venezuela y nos la haga llegar. Libres, sí, pero irremediablemente contaminadas por el culebrón hispano-venezolano que nos entretiene desde las elecciones celebradas en aquel país el pasado 28 de julio.

A partir de ahí se me ocurren dos explicaciones:

Una es creativa. Nos remite al apremio de Nicolás Maduro por justificar su encastillamiento sin que parezca un síntoma de debilidad. Los españoles contamos con un precedente comparable. Hablo de la famosa «conspiración judeo-masónica» fabulada por Franco a mediados del siglo XX al objeto de reforzar su sagrada misión frente a las fuerzas del mal conjuradas contra la España alumbradora de sendas virtuosas hacia la salvación del Occidente amenazado por el comunismo (uff).

La otra es más real y ceñida a los acontecimientos devenidos en pasto fresco para la voracidad de tertulianos y finos analistas. A saber: el tiránico régimen chavista se habría apropiado de dos turistas aventureros, acusados de planear un magnicidio contra Maduro, a modo de rehenes. O sea, dos prendas para presionar al Gobierno español y tener de su parte a Sánchez, como ya tenía a Monedero y a Zapatero.

Ahí estamos, después de oír al ministro del Interior, Diosdado Cabello. Explica que «ante el asedio del imperialismo» (junta a España y EE. UU. en el mismo supuesto conspiratorio), «Venezuela tiene que defenderse». De qué, se preguntarán. Pues, entre otras cosas, de que el titular de la política exterior de la UE y la ministra española de Defensa llamaran por su nombre al vigente régimen político reinante en el país que habla la misma lengua que Josep Borrell y Margarita Robles. O sea, «dictadura».

Solo faltaba que Maduro nos negase a los demás la capacidad de nombrar las cosas que nos rodean. «El árbol le da su fruto al que el nombre del fruto diga», escribió el inolvidable pensador y poeta zamorano, Agustín García Calvo, mi profesor de latín en el instituto Claudio Moyano hace ya miles de años. Quiero decir que lo de Borrell y Robles no es opinión. Es reseña. La diferencia es que ellos lo han dicho y otros no lo dicen, por no generar males mayores, pero lo piensan, porque no están ciegos ni sordos, aunque puedan estar ocasionalmente mudos.

Y es en ese punto donde se echa de menos el consenso entre el Gobierno y el principal partido de la oposición cuando se plantea el eventual reconocimiento de Edmundo González como presidente electo de Venezuela, sabiendo como se sabe que solo se trata de decidir el cómo y el cuándo, en sintonía con la Unión Europea, pues las tres partes están de acuerdo en que el recuento de votos en las elecciones venezolanas fue a todas luces fraudulento.