No lo aguanto
Mal se lleva el dolor en tiempos del placer comprado y la felicidad domiciliada en los anuncios. Una leve dolencia nos saca de quicio. Soportarla ya no es lírica espartana. Los cilicios sólo se ven en tiendas sado-maso y hoy toda molestia se nos pinta en tormento. ¿Blandenguería?... Y tener cerca farmacias no siempre es saludable. El abuso mata. Una noticia lo confirmaba estos días: « el 12% de los ingresos hospitalarios (bárbaro porcentaje) se debe al abuso de analgésicos ». Ibuprofenos, paracetamoles o nolotiles atascan el botiquín de toda la gente que amanece con algún malestar cantándoles «las mañanitas» y no les vale el « Si a partir de los 50 no te duele algo al levantarte, es que estás muerto », aunque eso enseña: « El dolor, si no se convierte en verdugo, es un gran maestro ». Séneca, como buen estoico, lo ponía más claro y en crudo: « No os espante el dolor; o tendrá fin o acabará con vosotros » (vale, maestro, tu sabiduría nos consuela). Hasta Dante vislumbraba que « Quien sabe de dolor, todo lo sabe ». Y Hegel iba de moralista: « ¡Bienvenido sea el dolor si es causa de arrepentimento! » (pues duélete tú y ¡viva mis trece!). La cosa, en fin, es que nos estamos volviendo unos putos nenazas , según el léxico cuartelero del típico brigada sin pescuezo.
Tiempo analgésico, tiempo empastillado. Un pinchacito, una leve tendinitis o fatiga nos lleva al «no lo aguanto» y al cajón de los medicamentos entre maldiciones. Pero esa noticia habla sólo de calmantes del dolor físico, analgésicos. Nada dice del dolor del alma al que también atacan con pastillas a troche, nada del espíritu dolido, depresión, tristeza corrosiva, angustia, estrés, hundimiento moral. Ese sí que es un torturante viaje a la cada vez más concurrida Playa de los Suicidios donde el mirón y el miedica sólo eligen el suicidarse lento haciéndose ovillo o echándose a morir en su rincón o en su tumbona huyendo del gran teatro social, de la farsa... y de sí mismos. Ese debe ser « el dolor silencioso, el más funesto » que ya veía el poeta trágico francés Racine en el siglo XVII, madrugando.