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El viaje de Candín a Caín, o viceversa, lo cifra Google Maps en casi cuatro horas. De lado a lado, desde Picos de Europa a Ancares. Así es esta provincia y sus carreteras. Un tiempo muy superior al que emplea un tren —últimamente parece que no tanto— entre Madrid y Barcelona, o incluso entre la capital del país y León.

Allí, en lugares como Caín o Candín, comenzó un tsunami que nadie es capaz de detener. Una despoblación que arrancó hace un siglo, que hace medio entró en crecimiento exponencial y que se extiende ahora de menos a más a todo tipo de poblaciones. El efecto dominó contagió desde esas aldeas a las sedes de municipios las fugas buscando un futuro mejor. Y de ahí a las cabeceras de comarca y así, sucesivamente, fagocitando lugares cada vez más grandes.

El fenómeno tiene mucho que ver con todo tipo de perjuicios y desigualdades que se acumulan. Las carencias de servicios e infraestructuras son obvias. Y se hace cierto aquello de que al perro flaco todo se le vuelven pulgas.

Estos días se ha comprobado en el Hospital El Bierzo. El archiconocido problema de carencia de médicos aflora en esa sanidad tipo Caín y Candín. Durante todo el verano han surgido en centros pequeños esos vacíos derivados de la falta de atractivo. No resulta nada apetecible irse a un lugar decadente, a una unidad con tan pocos efectivos (cuatro) que lleva a una previsible carga de trabajo excesiva y con una presión más allá de lo normal. Sin alicientes económicos ni de ningún tipo. Es más atrayente incluso emigrar a países donde se paga bien a una persona que, de media, emplea diez años de estudios para formarse.

Se podría hablar también mucho sobre la situación de unos colegios que literalmente hacen aguas. Y de un bienestar social que cojea en las autonomías de segunda. Y de autovías y carreteras sembradas de baches como hacía tiempo.

Por eso, al ver los debates que se generan a nivel nacional llega la duda sobre qué preocupa realmente a los que pilotan las políticas. Y a qué se dedica el dinero de todos. Nos tratan como aquello del tonto que mira el dedo cuando le señalan la Luna. Alguno recordará el gasto en embajadas autonómicas. Pero la cosa va más allá. De falta de equidad e igualdad. Es entendible que cada vez sean más los que se acuerdan de los países bananeros. Y también que en Europa nos miren con desprecio.