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Hubo un tiempo en el que los padres y las madres que trabajaban de sol a sol en el medio rural animaron a sus hijos e hijas a abandonar este tipo de vida para estudiar y formarse en otros trabajos en la ciudad. Las familias se sacrificaron para dar estudios a sus descendientes, con la seguridad de que las mejores oportunidades estaban fuera de un entorno apegado a la tierra y el sacrificio.         Hombres y mujeres, todavía jóvenes y con fuerzas para el trabajo, se quedaron en los pueblos para abrir nuevas oportunidades a sus hijos, que se fueron. Casi nadie supo ver entonces lo que se avecinaba. Acostumbrados a cuidar a sus mayores, las redes familiares y de vecindad, la soledad no deseada no existía ni en el vocabulario de una generación criada en calles con casas en las que se dormía con las puertas abiertas. Todo y todos estaban siempre a mano. Pero los años pasaron, los adolescentes y jóvenes que se fueron se acostumbraron a otras vidas y ponían en valor el pueblo para el descanso. Y los padres y las madres envejecieron y, con el tiempo, la población empezó a disminuir. Los que quedan, jóvenes esforzados de entonces, se aferraran a la tierra pese a sus limitaciones físicas.

La pregunta¿Puede alguien ignorar el riesgo de que los padres y las madres que ahora ven marchar a sus hijos no esperen a ser dependientes para irse también y vivir cerca de ellos?

Los padres y las madres de ahora, todavía en edad de trabajar, que han visto también cómo sus hijos e hijas se han ido incluso a otros países, saben perfectamente lo que pasa tras ese éxodo. Primero se empieza con la soledad no deseada, luego con la dependencia física o cognitiva, porque nadie se libra de los efectos de la vejez, del peso de los años. Por eso, esta nueva generación de padres y madres mayores que ahora son los que sostienen el trabajo y la población en la provincia de León, más viajada y con más recursos, acostumbrada a moverse, cogerá un día la maleta, como antes lo hicieran sus hijos, y la llenarán de soledad, de apego, de cariño y de necesidad de redes, y se irán detrás de su prole sabiendo como saben que aquí, en esta tierra, como en otras muchas, habrá también pocas oportunidades para la vejez. Y entonces ya no quedarán ni los mayores. Y ahora, como entonces, casi nadie ve lo que se avecina. El riesgo es que ni los jubilados permanezcan en el territorio y emprendan el camino de baldosas amarillas, porque al hogar no se levanta con ladrillos.

En la organización de foros, encuentros, debates, tertulias y encuentros varios se sigue hablando de un condicional que no existirá en pocos años. Ya no habrá nadie a quien cuidar en los pueblos. Y sí, los padres y las madres que ahora tienen criaturas pequeñas piensan que nada va a cambiar en sus vidas, que sus hijos encontrarán una oportunidad en León y la red familiar se mantendrá intacta. Pero ya estamos viendo que las oportunidades son escasas y las iniciativas políticas para pensar a largo plazo, también.