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TRIBUNA

Casimiro Bodelón Sánchez

Aniceto Marinas García, 71º aniversario

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Como suele decirse en múltiples ocasiones, aprovecho que el Pisuerga pasa por Valladolid…, y hoy aprovecho que el día 23 de este mes se cumple el 71º aniversario del fallecimiento en Madrid del eximio escultor segoviano Aniceto Marinas (no Mariñas, como alguno ha escrito), para ilustrar a los más jóvenes y a los mayores que lo han olvidado, recordando que Marinas es el autor del monumento de Guzmán el Bueno, ese del que dicen señala con el puñalete a los visitantes y a algún quisquilloso leonés: ««Si no estás contento en León, ahí tienes la estación»».

Pues bien, revisando la Historia septembrina me encuentro que el escultor nació en Segovia el año 1866, es decir, el mismo año que las Hijas de la Caridad aterrizaron en Astorga y se hicieron cargo, por Real orden, del hospicio asturicense, al igual que dos años antes (1864), también las Hijas de la Caridad, un cálido 13 de agosto, habían tomado las riendas del hospicio del obispo Cayetano Cuadrillero, en el parque San Francisco. Con todos estos datos, más de uno de mis críticos, se dirán: ¿Qué tiene que ver el señor Marinas con los hospicios, con las Hijas de la Caridad, o con que el Pisuerga pase Valladolid?

Pues miren ustedes, cada uno tiene sus manías, sus tics y, si me apuran, sus heridas nunca bien cicatrizadas por las que siempre reclama, casi inconscientemente, atención a lo que le ronda en su cabeza y lo que sueña con harta frecuencia, intentando completar el/los puzles inacabados o mal concluidos y, a mí, el jardín de Correos, ocupado todo su espacio durante 170 años por la fachada del hospicio del Obispo Cuadrillero, desde hace ya más de un año, cada día que paso por él me crispa al ver un pedrusco, perdón, una piedra sillar de la antigua iglesia de la benéfica institución asilar, metida entre cuatro barras de hierro, con la placa de metacrilato y la inscripción de marras, con la que no puedo estar de acuerdo, porque el hospicio no fue prisión y que ahora se ponga como monumento recordatorio del mismo una de sus piedras sillares encerrada entre cuatro barras de hierro (¿Villahierro?, ¿puro simbolismo?), me chirría por activa y por pasiva.

Personalmente sigo echando en falta en dicho jardín un monumento de verdad, similar a otro del propio Aniceto Marinas, autor, entre otras muchas creaciones, de Hermanitos de leche, obra premiada en 1926 con la medalla de honor en la Exposición de Bellas Artes. La esbelta y preciosa escultura de mármol blanco, hoy depositada en el museo provincial de Segovia y una copia de bronce, en una plaza de Cuéllar, nos presenta a una hermosa cabra alpina amamantando con una teta a su chivín y con la otra amamantando a una niña de corta edad, sentadita ésta en las rodillas de su padre. ¡Qué símbolo más real de la vida y de la muerte! La vida mantenida con la leche de la cabra y la muerte de la madre, expresada por la mirada perdida del padre que buscó solución para criar y mantener con vida a su hija huérfana. Yo le brindo a un escultor de nuestros días, amante del realismo y ajeno a toda ideología partidista, la idea para el monumento: Una buena cabra alpina o una saanen, un buen ejemplar de burra zamorana y ambos nobles animales flanqueando a una Hermana de la Caridad, con toca antigua o moderna. Las tres imágenes significan y recuerdan que el trabajo materno diario e incansable de las Hermanas y la leche abundante de las cabras y de las burras, (en las grandes maternidades no había nodrizas humanas suficientes para amamantar tanta criatura), salvaron miles de vidas infantiles.

Amén de lo dicho, de esta forma, el monumento serviría para recordar en la placa grabada que los nombres de ««burra»» y de ««cabra»» no deben usarse jamás como insulto, pues la nobleza, la valía y la buena leche de ambos animales, al igual que la labor oculta y callada, con entrega incansable de las religiosas sin horario, son merecedoras de un monumento realista, que exprese sin ambigüedades nuestro respeto y gratitud por los miles de vidas infantiles salvadas. ¡Que nadie lo olvide nunca!

Ahora podrán entender mis lectores la conexión y la razón de ser del comentario sobre el aniversario del fallecimiento de D. Aniceto Marinas, relacionándolo con León por su monumento a Guzmán el Bueno y con el hospicio por su creación de un realismo enternecedor de una cabra salvando la vida de su chivín y la de una huerfanita con la misma buena leche.

Busquen los lectores la foto «Hermanitos de leche»» en internet. Merece ser contemplada y más en realidad, si visitan el museo de arte en Segovia, o la plaza de Cuéllar (Segovia), donde está la réplica en bronce de la citada escultura.

Honor, admiración y respeto hacia Aniceto Marinas, hacia las Hermanas de la Caridad y, por supuesto, también a estos y otros animales, que tantos y tan nobles servicios nos prestaron y siguen prestando a diario.

Sigo echando en falta en dicho jardín un monumento de verdad, similar a otro del propio Aniceto Marinas, autor, entre otras muchas creaciones, de ‘Hermanitos de leche’, obra premiada en 1926 con la medalla de honor en la Exposición de Bellas Artes. La esbelta escultura de mármol blanco, está depositada en el museo provincial de Segovia